El horror nuestro de cada día (CLXII)

JINETE SIN CABEZA EN PARRAL


El horror nuestro de cada día (CLXII)

La Crónica de Chihuahua
Enero de 2013, 21:51 pm

Por Froilán Meza Rivera

Parral, Chihuahua.- Ese año de 1949, doña Chole Beltrán sacó una ollita de monedas de oro de una casa suya que ponía en renta, aunque mi papá siempre aseguró que ese tesoro le correspondía a él, porque la casa la rentaba él.

Se arrancaba mi padre don Jesús los pelos de la cabeza, nomás del coraje. "¡Pendejo! ¡Soy un pendejo! ¿Cómo se me ocurrió decirle del tesoro a la vieja esa, ahorita estaría yo con casa propia, y la arpía ni siquiera las gracias me dio!".

Es que mi papá dormía una tarde al pie de un árbol que estaba en el patio de la casa, creo que una morera, y sintió que lo jalaban, y entre dormido y despierto, los pies le quedaron pegados a la pared de uno de los cuartos de adobe de esa casa vieja de la calle Francisco Sarabia y Bulevar.

Aquí galopaba, según díceres de la gente del barrio, un jinete sin cabeza que muchos decían que era el mismísimo Francisco Villa. ¿Que por qué Francisco Villa? Nadie sabe decir la razón, pero el personaje preferido para las historias de tesoros y aparecidos es Villa, aquí y en Chihuahua.

Lo que cuentan los lugareños es que a eso de las 12 de la noche, escuchaban —y escuchan todavía, me aclaran—, las pisadas de un caballo que pasaba al galope. La gente de por sí se acuesta muy temprano en Parral, porque es un pueblo madrugador que se muere a las 9 de la noche, y más antes, que ni televisión había. La horrorosa aparición mandaba a la gente muy temprano a la cama.

Mi papá asegura que fue el jinete sin cabeza el que lo jaló de los pies hasta donde estaba la ollita del oro, "y fue por algo", insistía mi viejo, "yo era el señalado para sacar el entierro, y el jinete me lo dijo".

Pero mi papi, quien siempre se las dio de muy honrado, en vez de escarbar como Dios manda, primero se fue a la casa de doña Cholita Beltrán y le dio noticia del sueño. Y la anciana le dijo que todo estaba bien, que se fuera a su casa, que ya ella dispondría lo que se iba a hacer.

La pinche vieja hipócrita luego luego contrató un peón y le ordenó escarbar en el mismo lugar donde quedaron apuntando los zapatos de don Jesús, pero esperó a que éste se fuera a trabajar, para llegar ella y el otro señor con una pala y un pico a media mañana.

Yo vi la ollita, y vi cuando nuestro vecino don Esteban salió volando en su camionetita para avisarle a mi papá hasta el aserradero donde se ganaba el pan, y cómo regresó a la casa para compartir el oro con la dueña.

"¡Pinche vieja mamona! ¡Ojalá que le aproveche!", dijo entre dientes mi padre don Jesús cuando supo que no iba a obtener para sí ni una sola moneda del montón de oro que sacó la vieja del entierro. Ahí se acordó mi papá de que el fantasma del jinete sin cabeza iba a castigar a quienes se atrevieron a robar el tesoro.

Doña Chole Beltrán se quedó con las monedas, que resultaron ser de oro de ley, y levantó una casa y estableció una tienda de aquellas que había antes, donde lo mismo se vendía un botón que una camisa, sombreros, calzado, ropa, abarrotes, granos, herramientas, y hasta implementos agrícolas.

La mala suerte, sin embargo, persiguió a la mujer, a quien la harina se le engorgojó, la manteca se le hizo rancia, a una Fordcita que compró y a la que no le sacó el agua una noche de invierno, se le reventó el motor. Y para acabar, no la orinó un perro, pero sí le salió rata el administrador y la dejó en la calle.

"Lo del agua, al agua", dijo mi papá don José, quien sintió que la providencia le hizo justicia.