El horror nuestro de cada día (CXXXII)

EL CADÁVER DEL TARAHUMARITA


El horror nuestro de cada día (CXXXII)

La Crónica de Chihuahua
Noviembre de 2011, 22:17 pm

Los pepenadores del Relleno Sanitario cuentan con tristeza infinita la historia de Emilio, un indigente que murió aquí y quien aquí mismo quedó enterrado, bajo toneladas de basura.

Les da tristeza y se estremecen de dolor con el puro recuerdo de este caso porque, dicen, es algo que pudo haberle pasado a cualquiera de ellos.
Emilio, de quien desconocen el apellido, llegó un día a los tiraderos de basura, sin tener aquí ningún conocido. Nunca hizo ningún amigo, con nadie platicaba y siempre andaba solo... y borracho siempre también.

Juntaba cartón para venderlo, que en ese tiempo —recuerdan—, se cotizaba a buen precio, casi a 80 centavos. Pero Emilio, “el tarahumarita”, no juntaba ni 20 kilos. El mismo señor que le compraba sus kilitos de cartón, al parecer, era el que le traía la botellita de alcohol que el Emilio se despachaba a sorbos durante el día.

Como si el trabajo de todo un día, fuera sólo para el chupecito.

Emilio no comía, nadie lo veía comer nunca, pero sí notaban que adelgazaba rápidamente.

“Andele, Emilio, véngase a echar un taco”, le decía mamá Esther, la viejita que juntaba papeles, al verlo tan indefenso, tan flaco.

Emilio parecía que no escuchaba, porque en muy raras ocasiones respondía a lo que le preguntaban. “Una sola vez se animó el infeliz a compartir un burrito de frijoles con la doña, pero de ahí, párele usted de contar... con decirle que ya ni lo contábamos, tan seguros estábamos de que no iba a durar mucho”, dijo alguna vez don Efrén, el del carrito de ruedas de madera.
Emilio se quedaba a dormir en el Relleno Sanitario, en una especie de jacalito que levantó con unos marcos de tablas, unas tarimas y unos costales que aseguró con unos clavos. De cama usaba un colchón todo astroso que sacó de la basura. “Y párele de contar, eso era todo”.

Los pepenadores recordaron un detalle importante, y es que había un perrito, negro, chiquito, peludo sin forma, que por alguna razón no se le despegaba a Emilio más que para irse a conseguir algún bocado de los montones de basura nueva. Era curioso ver cómo el perrito y Emilio eran tan unidos, y cómo la figurita negra pegada al suelo movía los mechones emplastados de grasa al ritmo de su trotecito detrás del indiferente borrachín.

“¿Pero qué le ve ese animalito al tarahumara?” —se preguntaban los otros recolectores. “¿Cómo se le fue a pegar tanto, si no le da comida, y ni siquiera le hace cariños?”, y la dispareja relación intrigaba a unos, y a otros parecía graciosa.

El tarahumarita desaparecía de la vista de los pepenadores por días completos, que se pasaba adentro de su tenderete, ebrio, bebiendo a sorbos el alcoholito que se conseguía. “No lo echábamos de menos, tan despegado como era de los demás compañeros”.

Pero un día, después de casi una semana de ausencia pública, uno de los niños que tuercen sus vidas en este ambiente de la basura, descubrió al tarahumarita tirado al pie de una pila de basura nueva. “¡El tarahumarita está muerto!” —gritaba el chamaquito para llamar la atención, y corrió hacia el grupo de pepenadores más cercano para darles la noticia.

El viaje de ida al campamento de raídas telas donde desayunaban algunos de los llamados “cartoneros”, y el regreso a la velocidad de don Efrén, que cojeaba de la pierna izquierda, fue tiempo suficiente para que la monstruosa motoconformadora que acomoda la basura, la arrastra hacia el borde del terraplén y la compacta, se llevara a Emilio.

El cadáver del tarahumarita quedó compactado y “dispuesto”, como dicen los técnicos, junto con el resto de la basura, en la muerte más triste y más temida por quienes le sobrevivieron en esa vida.

“Y como pos nadie lo reclamó, nadie dijo nada para rescatarlo de la basura, nomás su perrito ladraba como si le estuvieran arrancando el llanto a golpes, no le miento, pero el animalito se quedó llorándole ahí como tres o cuatro días... a mí se me partía el alma, hasta que el pobrecito se murió, también sobre la basura hasta que se lo llevó la motoconformadora junto con los montones de basura nueva”.