El horror nuestro de cada día (XCIII)

FANTASMAS DEL HOSPITAL CENTRAL


El horror nuestro de cada día (XCIII)

La Crónica de Chihuahua
Febrero de 2011, 00:17 am

Por Froilán Meza Rivera

Ahí mismo donde dicen que se aparece el fantasma de la amable y solícita enfermera a quien el público conoce como “La planchada”, ahí también, en los esos pasillos, refiere la gente que se les presenta la niña que pregunta por su mamá.

“¿No ha visto a mi mamá, señor? Estoy enfermita y ella no viene a verme”.

El desprevenido visitante del Hospital Central no sabe, de repente, qué decir a la niñita, quien se mira angustiada.

“Ven, vamos a decirle a aquel señor que te localice a tu madre”, le dice el hombre a la infanta al mismo tiempo que la toma de la mano y la conduce con el guardia de la puerta.

“Disculpe, pero esta niña dice que está internada aquí, y andaba por los pasillos buscando a su mamá...”

“Señor, ¿cuál niña?”

Entonces, asombrándose porque en lugar de tener en la suya la manecita que había tomado él para traer a la pequeña, lleva un pedazo de trapo, grita él: “¡Ay, carajo! ¿Qué pasó?”

“Oiga, mi buen, se me hace que ya cayó usted víctima del fantasma de la niña de los pasillos”, le suelta el guardia la explicación. Y se extiende: “Sabe, no es la primera vez, sucede casi una vez por semana, que vienen las gentes a entregarme a una niña, y se les suelta de la mano, o simplemente desaparece al llegar aquí”.

Cuentan, pues, las enfermeras y el personal de este hospital, que todo comenzó cuando se encontraba internada una niña que había llegado muy enferma de algo muy grave en el pecho. La madre estaba al cuidado de ella, y se le permitía a la mujer que se quedara de noche, dada la situación de gravedad en que estaba la pobrecita.

Habían transcurrido ya varios días. La mamá de la niña no se le despegaba del lado de su cama, y en el Central ya todas las enfermeras conocían a la señora.

Cuando tenía necesidad de ir al baño, o a la farmacia de la esquina a surtir alguna receta, le avisaba a la enfermera en turno para que se mantuviera pendiente de la niña. Con gusto le hacían el servicio.

Fue precisamente en una de aquellas escasas salidas de la mujer, cuando el destino dictó el término de la vida de la enfermita. Murió ella musitando las palabras: “Mamá, mamacita, ¿dónde estás? No te veo”.

Llegó la madre instantes después, apenas unos minutos escasos del funesto suceso. La enfermera que asistió al final de la niña salió de la sala muy conmovida por el fervor con que se dirigía la enferma a su madre ausente.

Pasaron algunos meses, y un día, se supo que la niñita aquella se empezaba a manifestar deambulando por los pasillos del hospital. Según las enfermeras que la conocieron, se trataba de la misma niña que murió llamando a su mamá.

Ha habido personas que la ven materializada, tal y como cuando era viva, y hay otras que la perciben de repente, como una aparición fugaz, pero todos coinciden en que es ella.

Cuentan que una enfermera nueva se encontró una noche a la niña aparecida, y que se dirigió a ella, extrañada porque usaba la bata de los enfermos y al mismo tiempo caminaba como si nada por el pasillo principal. Botaba la niña una pelota de plástico muy animada, y cuando la enfermera se le acercó, levantó la pequeña su mirada y le preguntó por su madre.

“Oye, niña, ¿no se supone que debes estar en tu cama ahorita? ¿Qué haces levantada a esta hora?”

“Busco a la enfermera Juanita, porque me dijo que ella me iba a llevar con mi mamá”.

“Bueno, sí, regresa a tu cama y yo te busco a la enfermera de guardia para que vaya contigo”.

La niña obedeció, y se alejó para dar vuelta en el pabellón a la izquierda.

Se dirigió entonces la novel enfermera al módulo de enfermería, y díjole a la de guardia que si había visto a la niñita de la pelota. Se quedó la otra mirándola a los ojos y le dijo con voz queda y muy despacio:

“Acabas de ver al fantasma de la niña que busca a su mamá”.