El fin del patriarcado

Por Omar Carreón Abud


El fin del patriarcado

La Crónica de Chihuahua
Agosto de 2018, 21:00 pm

Cómo no habría de llamar mi atención la declaración de la señora Licenciada Olga Sánchez Cordero, quien a partir del próximo primero de diciembre será la secretaria de Gobernación, cuando aseguró que desde la dependencia federal que quedará a su cargo “impulsará un modelo de familia que priorice la democratización y modifique el patriarcado”, “se verán -añadió- beneficiados, actores que anteriormente han estado en posición de desventaja o exclusión en el seno familiar”. La futura funcionaria federal remató de manera contundente y clara: “Vamos a tratar de cambiar el sistema patriarcal por un sistema de democracia familiar; ese es mi proyecto” (Hago las citas con base en la nota del diario Reforma fechada el 16 de agosto pasado).

En aras de la honradez, debo confesar que me hubiera parecido más decisivo y transcendente que se prometiera que se trataría de acercar o levantar hasta la altura de la canasta básica a casi el 40 por ciento de los mexicanos que no alcanzan a comprarla con su magro salario o, por lo menos, que ese propósito se hubiera lanzado para los habitantes de Chiapas, Oaxaca y Guerrero, entidades en las que el promedio de excluidos de la satisfacción de las necesidades básicas llega al 60 por ciento de la población. El gasolinazo de principios del año pasado elevó los precios de los satisfactores básicos, una propuesta buena que sin duda atrajo muchos votos en la pasada contienda electoral, fue la de parar el aumento de la gasolina, pero ya vemos que, como ya se hacía antes, el precio de la gasolina va a seguir atado a la inflación, así de que un compromiso de luchar contra esta otra desgracia de los mexicanos, hubiera tenido a mi ver una muy buena aceptación. Pero así son las cosas.

Aclaro a los posibles lectores que las declaraciones de la señora Licenciada Sánchez Cordero que nos ocupan el día de hoy, fueron hechas durante una entrevista que sostuvo con el señor Édgar Cortez, integrante del Instituto Mexicano de Derechos Humanos y Democracia quien, según la nota del diario mencionado, “aplaudió la propuesta”. No obstante agregó la nota que Édgar Cortez aclaró que la señora “ya nos dijo qué quiere hacer, yo creo que falta el cómo, es decir, si supondría modificaciones a leyes, generar nuevas leyes, establecer programas específicos, campañas, algún tipo de recursos legales”, etc. A mí me ha quedado la misma duda que al señor Cortez.

Hoy se ha comprobado, mediante varios métodos científicos, el origen del hombre. Se sabe que nuestros remotos antepasados se alimentaban recolectando frutos, hojas, raíces, se sabe, también, por ejemplo, que se llegaron a alimentar de animales muertos y que antes de la caza como hoy nos la imaginamos, es decir, cercando presas y atacándolas con piedras y palos, perseguían corriendo a los animales durante varios días hasta que éstos caían exhaustos. Se sabe, incluso, que uno de los sitios en los que, o nació, o se concentró población numerosa de la remota antigüedad, una zona templada del este de África en la que abundaba el agua, las plantas y los animales, es la inmensa Garganta de Olduvai.

Los hombres primitivos, que recolectaban agua, frutos, raíces y perseguían animales, no conocían, no podían ni siquiera imaginar, las rayas, las guardarrayas o los cercos a los terrenos o territorios, avanzaban, se establecían hasta donde su supervivencia lo reclamaba y sólo combatían contra la naturaleza. No tenía sentido poseer un pedazo de tierra, menos aún, un palo afilado o una piedra de manera individual pues, ni la tierra ni los palos ni las piedras podían reportar ninguna utilidad para la subsistencia si no eran usados por el grupo entero organizado. Recoger sus artículos de caza -suponiendo que alguien llegara a imaginar algo tan excéntrico para aquellos tiempos, como el posesivo “sus” para esos objetos materiales- y aventurarse a buscar fortuna, significaba ir a una muerte segura, el hombre individual no existía.

Les ocupaba y es de suponerse que les preocupaba ante todo, la sobrevivencia del grupo. Así, permitieron, sin matarlos, que los siguieran grupos de lobos que se aprovechaban de los despojos de los humanos que, aunque no tenían ningún excedente para garantizar su vida, sí arrojaban algunas sobras de su diaria alimentación que no podían consumir tan rápida y eficientemente como quisieran: huesos, por ejemplo. Pronto se dieron cuenta de que sus seguidores eran magníficos guardias que detectaban mucho mejor que ellos, la cercanía de animales peligrosos. Esos viejos amigos evolucionaron a perros y nos siguen acompañando, tienen entre 32 y 38 mil años de andar con nosotros y, no pocas veces, nos parece que quieren hablarnos.

La tarea fundamental era la sobrevivencia del grupo. Había que reproducir su vida material mediante la conquista de alimentos y había que reproducir rápida y eficientemente al propio grupo. La llegada de nuevos integrantes era tan decisiva como su crianza, por esa, digamos sagrada razón, la reproducción de la especie tampoco conocía ni imaginaba límites, la mujer se reproducía tan pronto maduraba y nada importaba la que ahora llamamos estabilidad de pareja, puesto que la vida en pareja fuera del colectivo no existía ni era concebida. La pareja del mundo moderno no existía, el hombre vivía bajo un régimen que ahora llamamos matrimonio por grupos.

Genios inmensos, vates, han atalayado esta época de la humanidad; así, Publio Ovidio Nasón escribió en el Libro I en sus Metamorfosis: “Surgió primero la edad de oro, que, sin autoridad ninguna, de forma espontánea, sin leyes, practicaba la lealtad y la rectitud. No existía el castigo, ni el miedo, no se leían amenazas en placas de bronce expuestas en público, ni la masa en actitud suplicante temía la mirada de su juez, sino que estaba protegida sin que nadie la defendiera”. Ojo: “sin leyes”, “la masa… estaba protegida sin que nadie la defendiera”. No había, pues, ni Estado, ni leyes, ni jueces, ni clases sociales, ni opresión. Hoy sabemos que esto era absolutamente cierto (y también por qué Ovidio murió en el exilio).

En un régimen así, la mujer era la madre de todos, tanto porque era la que los traía al mundo hasta donde resistía su fuerza y su vida sin necesidad de ninguna pareja individual “estable”, como porque era que la que los criaba y vigilaba celosamente durante muchos años más que cualquiera otro de los animales, hasta que podían valerse por sí mismos y colaborar con el trabajo colectivo. Creo que del trabajo que hacía la mujer como consecuencia de la división del trabajo por sexos, aunado al cuidado constante de las inquietísimas crías que, como cualquier madre sabe, se desaparecen en cuestión de segundos, la naturaleza fue seleccionando a aquellas mujeres que podían hacer con eficacia varias tareas al mismo tiempo, cualidad que todos sabemos que existe y la padecemos con frecuencia cuando les hablamos y sentimos que no nos están haciendo caso.

La preeminencia de la mujer, el respeto, la consideración como madre y cuidadora del grupo, no la acabaron leyes ni reyes. La acabó, aunque parezca una herejía, un gran descubrimiento técnico: la agricultura. El hombre había ido aprendiendo a seleccionar plantas y partes de plantas para alimentarse, había ido sabiendo de los lugares en los que prosperaban e intuyendo su forma de crecer y reproducirse y acabó por llevárselas consigo. La siembra lo fue volviendo, no sólo sedentario, lo fue empujando a defender lo que ahora ya era suyo, apareció el tuyo y el mío, aparecieron los límites de las tierras, apareció la propiedad privada y, con ella, el impulso de perpetuarla: la herencia y el derecho de primogenitura. Ahora la mujer ya no sería un ser considerado, respetado y respetable con una autoridad fuera de toda duda; ahora, como la tierra que producía satisfactores, sería productora de herederos y, para ello, había que sustraerla al grupo, hacerla también propiedad privada para que hubiera garantía de que los hijos eran propios y no ajenos, pues, como ya queda dicho, habían aparecido estas palabras terribles. Había nacido el patriarcado, la mujer sufriría una doble opresión, la de su patrón y la de su marido. Se me hace, pues, difícil que, sin acabar definitivamente con la propiedad privada de los medios de producción, fenómeno que no creo que suceda en vida de la generación que ahora empieza a vivir, se vaya a terminar con el patriarcado. No obstante, convengo en que algo podrá hacerse en beneficio de “actores que anteriormente han estado en posición de desventaja o exclusión en el seno familiar”. Y eso, habremos de agradecerlo.