EE.UU. impone a México nuevo TLCAN

REPORTAJE ESPECIAL/ El esquema unipolar del presidente estadounidense beneficia al Complejo Militar Industrial a cambio de desdeñar el creciente multipolarismo.


EE.UU. impone a México nuevo TLCAN

La Crónica de Chihuahua
Agosto de 2017, 12:00 pm

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Nydia Egremy

El Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) nació por interés del capital corporativo y las élites de los países miembros. Por 23 años, la cúpula política e industrial mexicana ha sido ajena al desempleo y al quebranto económico que dicho pacto ha provocado en el campo y las medianas y pequeñas empresas, desoyendo sus demandas de reformarlo o terminarlo.

Fue hasta que el magnate-presidente de EE. UU. amagó con retirar a su país del acuerdo, como aquélla se vio obligada a renegociarlo. Donald Trump presiona porque aspira a que su país recupere su hegemonía y México llega a ese diálogo muy vulnerable: con alta inflación y desempleo, bajo crecimiento e inversión extranjera y a 10 meses de la elección presidencial.

Desde la era pos-soviética hasta Barack Obama, Estados Unidos (EE. UU.) diseñó e impuso los acuerdos de “libre comercio” para recuperar su hegemonía mundial. Con esos pactos se alimentó la ilusión de un multilateralismo del que sus defensores en México se creyeron “líderes” al participar en varios de esos acuerdos.

No obstante, al despreciar los pactos comerciales insignia de su antecesor -el Acuerdo de Asociación Transpacífico (ATT) y la Alianza del Pacífico (AP)- Donald John Trump pone fin a esa falacia y apuesta al aislacionismo que respalda el unipolarismo militar de su país.

Ese esquema unipolar del presidente estadounidense beneficia al Complejo Militar Industrial a cambio de desdeñar el creciente multipolarismo.

En su obcecada xenofobia, el magnate-presidente Trump se ciega al cambio geoestratégico de poder en curso, bajo la dinámica multipolar representada por la iniciativa económica de China “Cinturón y Ruta de la Seda”. Este plan incorpora intercambio tecnológico e incentivos para el desarrollo que no tienen los depredadores tratados de libre comercio que promueve EE. UU.

El unipolarismo financiero, con centro de poder en EE. UU –y que opera como el TLCAN de EE. UU., México y Canadá– está en declive, explican los analistas Wim Dierckxsens y Walter Formento. Y esa realidad determina que la actual renegociación del acuerdo sea bajo los términos del capital corporativo. No entender el trasfondo global condenará el interés mexicano en las sucesivas rondas del TLCAN.

Versiones oficiales y empresariales enfatizan que el avance de la renegociación tripartita depende del “carácter cambiante de Trump”, que oscila entre complacer a sus electores o al sector industrial de su país con intereses en México.

Sin embargo, lo relevante es el plan estratégico del poder corporativo -el complejo industrial militar, los sectores agroindustrial, farmacéutico, electrónico, tecnológico-espacial y sanitario- que está más allá del optimismo del jefe del equipo negociador nacional, el secretario de Economía Ildefonso Guajardo.

Por temor a que se impongan mayores aranceles, que huyan los inversionistas y que, por tanto, haya menor perspectiva de crecimiento, el gobierno de México aceptó la renegociación. Hoy se anuncia que el equipo negociador mexicano tiene cuatro objetivos:

1) Fortalecer la competitividad en América del Norte; 2) Lograr un comercio regional inclusivo y responsable; 3) Aprovechar las oportunidades de la economía del siglo XXI y 4) Promover la certidumbre en comercio e inversiones”. Lo que no se dice es qué estrategia y qué táctica seguirán los empresarios nacionales para lograr esos objetivos.

Tampoco se dice hasta dónde tendrán capacidad para resistir la presión de los representantes de Donald Trump. Al menos hasta ahora, los temas intocables son: evitar la reinstauración de aranceles, dar acceso preferencial a los bienes y servicios de México, expandir el comercio para balancear el déficit o ampliar el capítulo energético.

Lo que se conoce es que la actual “reforma” ya contempla el comercio electrónico, la libertad en internet y los costos del servicio médico,

Lo que se perdió

A 23 años de su firma y entrada en vigor, es perturbador el balance del TLCAN. Sus promotores en Canadá, EE.UU. y México lo proclamaron como un mecanismo que pondría al alcance de los ciudadanos una gran variedad de bienes y servicios de alta calidad. También que contribuiría a crear un estrato social tan beneficiado que consumiría bienes importados de los socios. Sin embargo, no se creó esa clase media poderosa y la que ya existía se pauperizó paulatinamente.

En 1993, el entonces mandatario estadounidense William Clinton- con base en pronósticos del Instituto Peterson para Economía Internacional - anunció que el tratado crearía cientos de miles de buenos empleos en los tres países (170 mil los primeros dos años).

Además aseguró que los agricultores estadounidenses “exportarían” a sus socios su eficiente modo de producción. En México se aseguró que el TLCAN traería más estabilidad y una prosperidad económica de “primer mundo”. Y que, por tanto, se reduciría la inmigración a EE. UU. y mejoraría la protección ambiental.

Hoy queda claro que el TLCAN fue un experimento para imponer el modelo del “nuevo comercio de alcance integral”. Al aplicarse ya no se redujeron tarifas ni hubo cuotas más accesibles; en cambio se crearon nuevos privilegios para inversionistas extranjeros - que estimulaban la inversión y empleos off shore (deslocalizados)- hacia países con bajos salarios.

Lo más grave fue que ese nuevo marco permitió a los inversores desafiar a gobiernos en tribunales extranjeros. Las empresas podían exigir compensación a los gobiernos por políticas que, según las empresas, minaban sus esperadas ganancias.

Estudios de académicos y redes civiles de los tres países, confirman que fracasaron los pronósticos de los propagandistas del TLCAN. No aumentó el crecimiento económico, no se crearon empleos. ni se fortaleció la democracia, ha señalado el maestro Alberto Arroyo Picard, de la Red Mexicana de Acción contra el Libre Comercio.

En cambio, el acuerdo impactó negativamente en millones de personas que perdieron empleos y sufrieron estancamiento laboral e inestabilidad económica. No menos importante fue el deterioro de las políticas de interés público (ambientales, sanitarias y educativas) y la desaparición de salvaguardas para proteger a los consumidores.

EE. UU. también tuvo resultados negativos. Al cumplirse 20 años del acuerdo, Lori Wallach escribía en The Huffington Post que siempre se criticó que el tratado incluyera a todo el sector agropecuario de México, cuando ningún país desarrollado lo hubiera admitido.

De ahí que el TLCAN se viera como un paso hacia la consolidación mundial del modelo neoliberal, impuesto por los programas de ajuste estructural que condicionaron el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI).

Wallach dice que el déficit comercial estadounidense llegó a 181 mil millones de dólares y que se perdieron no menos de 700 mil empleos. A esto se añaden la creciente desigualdad en México, el desplazamiento de más de un millón de campesinos y la duplicación del número de emigrantes hacia EE. UU.

A ello contribuyó el aumento en la importación de maíz estadounidense subsidiado hacia México, lo que trastocó la forma de subsistencia de esos campesinos y de 1.4 millones de trabajadores mexicanos cuyos ingresos dependían de la agricultura. Aumentó la emigración de desesperados campesinos hacia las ciudades. La ola de desplazados agrícolas llegó al norte, algunos se emplearon en las maquiladoras que los explotaban y muchos emigraron hacia EE. UU.

Mientras desaparecía el precio de garantía que se pagaba a los campesinos por sus cultivos, el valor de las tortillas –alimento básico para millones de mexicanos –subió el 279 por ciento en los primeros 10 años del pacto. A la par los gobiernos pagaban a las corporaciones más de 360 millones de dólares ante los tribunales, cita el estudioso.

Esos efectos negativos resultaron de la decisión de firmas estadounidenses de usar el TLCAN para ejercer sus privilegios como inversores extranjeros y relocalizar su producción hacia México. El país les ofrecía exenciones fiscales a largo plazo (20 años en promedio), abundante mano de obra y por lo tanto, salarios bajos, débil regulación ambiental y laboral.

Otro efecto negativo del TLCAN, según el informe del Observatorio Global de Comercio Ciudadanos Públicos (Public Citizen’s Global Trade Watch), es la creciente desigualdad.

Pese a las promesas de que ese acuerdo traería prosperidad, era imposible vivir del campo; por el alza de precios en productos básicos y los bajísimos salarios, más del 60 por ciento de la población rural vive debajo de la línea de pobreza.

Es evidente que a México le urge que las conversaciones concluyan pronto, al menos antes de la elección presidencial de mediados de 2018. Si el voto no favorece al partido gobernante, la negociación tripartita daría un giro inusitado. No obstante, en el mejor de los casos entre diciembre y marzo concluiría el paquete de negociaciones, por lo que la eventual firma del nuevo marco sería hasta el verano de 2018, justo en tiempo electoral.

Un escenario dramático ocurriría si entre octubre y noviembre las negociaciones no han avanzado. Eso apuntaría a que Washington decidiera cerrar, salir o concluir la negociación.

Para los pesimistas tal finiquito significaría un “suicidio” económico-comercial. Para los optimistas representaría la posibilidad de dinamizar los otros acuerdos (46 con varias regiones y países, que le darían acceso a mil millones de consumidores), y un éxito político por su potencial multilateralidad.

Este escenario revela el problema de fondo de México: que pese a esa gran red de acuerdos de libre comercio, con la que supuestamente se diversificaría, ha concentrado su comercio en EE. UU. Sin embargo, la mayoría de observadores coincide en que el comercio bilateral continuará debido al alto grado de vinculación que tienen ambos países.

Otro escenario de alcance político es que México decida cancelar toda reforma al TLCAN si gana la elección presidencial un partido de la izquierda no convencional. Para evitarlo hoy el partido en el poder y sus aliados maniobran políticamente.