Cuando H.G. Wells entrevistó a Lenin

**La Revolución enfrentaba una cruenta guerra civil, pues los defensores del imperialismo -llamados hoy eufemísticamente oposición- se defendían con las armas y también, para variar un poco la trama, con la escasez de alimentos y el sabotaje a los servicios públicos.


Cuando H.G. Wells entrevistó a Lenin

La Crónica de Chihuahua
Agosto de 2017, 10:06 am

/facebook @twitter
Aquiáhuatl

En 1920 H. G. Wells era considerado un intelectual brillante. Este escritor inglés, formado en las ciencias naturales, siempre se consideró de izquierda: su primera novela, La máquina del tiempo (1895), tiene como eje la lucha de clases. En una sociedad futura los eloi son descendientes de los capitalistas y los morlocks de los proletarios.

Los primeros son refinados pero insensibles al dolor humano, hedonistas y parasitan en jardines paradisiacos; en contraste, los morlocks han evolucionado a seres bestiales que trabajan sin descanso en un ámbito subterráneo y lúgubre donde devoran a los atolondrados eloi. Es evidente que la novela denuncia a la sociedad capitalista y que con esta proyección hacia un futuro indeseable el escritor revela su preocupación por el destino de la humanidad.

Por ello cuando sucede la Revolución bolchevique, en Wells el deseo de entrevistar a Lenin se convierte en un objetivo. Es importante decir que en ese periodo Rusia vivía tiempos cruciales.

La Revolución enfrentaba una cruenta guerra civil, pues los defensores del sistema democrático burgués -llamados hoy eufemísticamente oposición- se defendían con las armas y también, para variar un poco la trama, con la escasez de alimentos y el sabotaje a los servicios públicos, entre ellos el de trenes y el correo. Para la prensa de los países del Oeste de Europa la culpa era absolutamente del régimen bolchevique (¿le suena conocido?) y varios de ellos, Inglaterra de manera destacada, apoyaron abiertamente a la contrarrevolución.

Es en este contexto cuando Wells llega a Rusia con la mediación de su amigo, el también escritor Máximo Gorki. Cuenta Trotski que Lenin no estaba muy entusiasmado en verle porque se trataba de un inglés y porque disponía de poco tiempo para atender problemas que no fueran los que enfrentaba como líder de una revolución. Así que el plazo de Wells para la entrevista no fue corto, hecho que quizás lo predispuso aún más hacia el jefe soviético, de quien quizás esperaba que lo dejara todo, dándole prioridad a una celebridad literaria.

Para quienes se hayan acercado a la obra de Lenin, podrán confirmar que en sus textos existe pensamiento agudo y análisis asiduo, que en su labor como revolucionario dedicó muchísimas horas de estudio a la política, a la economía y a la filosofía y que, por lo tanto, no era un simple payaso de la política electoral.

Pero Wells no quedó impresionado con él. Al contrario, lo halló menos portentoso de lo que esperaba y su lastimosa decepción comenzó por su aspecto físico: lo describió como un hombre pequeño (“sus pies colgaban de la silla como un niño”) y lo encontró moreno.

A esto, debemos decir que la figura física de Lenin no corresponde a la descripción que hizo Wells, porque era más bien un hombre de estatura media, no pequeña, quizá más alto que el hombre común y de color rubio rojizo.

¿Con esta descripción imprecisa Wells no solo reveló un desembarazado menosprecio hacia una fisonomía que no correspondía a la del clásico europeo de raza aria, sino que además quiso brindar una señal de rango inferior en Lenin? Además de intrascendente, con esta descripción Wells intentó mostrarse tácitamente como un gigante, ya que para resaltar lo pequeño debe haber un referente mayor.

Luego, el escritor inglés se quejó de no haber encontrado a un Lenin aconsejador, como según le habían dicho que era, sino más bien a un hombre circunspecto, mesurado y poco expresivo en su semblante.

Lo que no supo Wells es que desde los primeros instantes del encuentro, Lenin se sintió ofuscado por su pedantería. Lo que muchos afirman es que Lenin era paciente educador pero con los obreros y los campesinos que se le acercaban a pedirle ayuda u orientación, y que ante ellos siempre era atento, claro, preciso y detallado al dar un consejo.

Fuera de estos fines, Lenin prefería el silencio; si el foro no le demandaba una perorata, elegía evadir polémicas absurdas, por muy provocadores que fueran sus interlocutores. Wells nunca ocultó que sus intenciones para hablar con el líder bolchevique eran las de “aconsejar”.

Se entiende que Wells se sentía más experimentado en esos temas que Lenin, aunque los acercamientos del primero en la política eran apenas significativos si se comparan con los que tuvo el segundo. El inglés era fabiano, una corriente política que buscaba el reformismo y creía que en el largo plazo el cambio se daría dentro del propio capitalismo y no había necesidad de romper con él.

Era, pues, un escéptico de la revolución. El partido laborista inglés se inspiraba en el fabianismo. De esto Wells increpó a Lenin pero, desde luego, las posiciones del revolucionario eran superiores, no solo por sus conocimientos en economía y en política, sino porque su receptividad y agudeza estaban forjadas en la lucha diaria, aunque el escritor pareciera no advertirlo. Wells creía que el viraje hacia la equidad social era posible con la educación de la sociedad entera, incluidos los nobles, burgueses y proletarios, pero no dice quiénes deben ser los responsables de tal labor

¿Quién debería jugar semejante papel civilizador en la sociedad completa? ¿Los ilustrados fabianos? No parece quedar claro. Lenin oyó sus argumentos y no pudo evitar romper con ese silencio cortés y se vio obligado a manifestar de forma contundente sus posiciones al respecto y declaró que el capitalismo es incurablemente voraz y es imposible tratar con él. Ante esto, el letrado confiesa: “para mí era muy difícil discutir con él”

¿Exactamente a qué se refirió? La declaración demandaba mucha humildad, como para ser dicha por un intelectual ansioso de reconocimiento. Quizás el sentido irónico de quien encuentra todo mal en las acciones del revolucionario, pero cuyas contribuciones se limitan a observaciones superficiales y solo para no mancillar su prestigio de pensadores sociales.

Curiosas similitudes con nuestros acontecimientos; ante una descarada intervención imperialista en Venezuela, nación que ha cometido el “pecado” de instaurar un régimen de gobierno distinto al esculpido en los países satélites de Estados Unidos, los intelectuales sacan a relucir sus mejores armas críticas de “espíritu democrático” y “liberal”, a declararse a favor de la paz y la armonía social, aunque esta vocación altruista contraste con ese silencio infame ante otras injusticias y genocidios en otras partes del mundo, como los ocurridos en Palestina y Yemen.

Parecen no ruborizarse al aceptar que sus alharacas democráticas sean harto similares a las del fascista farandulero de Trump y no sospechen que esa campaña mediática mundial contra el chavismo es un ariete franco para la invasión militar y el despojo de los recursos de ese país.

Pero como los Wells de nuestros tiempos, aún sienten que sus alcances culturales les permiten opinar y aconsejar a los que realmente se atrevieron a pasar de la ciencia ficción literaria, a hacer historia de verdad.