Crónica navideña

**Caminar por la calle a oscuras, salteando rocas y hoyos que amenazan con tirarte y hacerte probar esa tierra, es un acto de supervivencia loable.


Crónica navideña

La Crónica de Chihuahua
Enero de 2015, 00:41 am

Baja California Sur.- La noche cayó con su sombra a eso de las 6:30 pm, el aire pegaba en la colonia haciendo que el cuerpo titiritara, noche fría, “Noche Buena” en Ampliación Vista Hermosa, seis horas de visita en un lugar desamparado por el tiempo, por gobiernos, y quizás, hasta por dios.

Caminar por la calle a oscuras, salteando rocas y hoyos que amenazan con tirarte y hacerte probar esa tierra, es un acto de supervivencia loable, por lo que admiro a los pobladores. Llegué a la primera invitación a eso de las 7:00 pm.

La casa estaba alumbrada con velas, algunos invitados ya habían llegado, el ambiente lo hacían pláticas de viejos recuerdos y los gritos de los niños que burlaban la oscuridad para divertirse y jugar, mientras, a los lejos se escuchaban cohetes y alguno que otro sonido a todo volumen, me preguntaba si iría a parar a alguna de esas casas, donde la música invitaba a una alegre algarabía.

El menú en casi todas las moradas era un rico pozole, barato y rendidor de acuerdo a las conclusiones en mis conversaciones con las señoras, que me invitaron a pasar una navidad entre los suyos, entre los nuestros.

Después de probar el pozole me dirigí a la siguiente casa explicando que tenía varias invitaciones, me abstuve en repetir otro plato de rica comida, tenía que guardar espacio, insistieron en que volviera para las piñatas, no pude…

A eso de las 8:30 llegué a la segunda invitación de la noche, probé unos ricos tamales de pescado, primera vez que aquel delicioso manjar llegaba a mi paladar, la familia es nativa de Veracruz, tienen una mascota llamada “Precioso”, un gracioso loro que al decirle que lo haremos pozole, calla y deja de silbar.

No tuve las agallas de tomar fotos, pues todos se movían y hablaban tan rápido que temí no captar el momento, aparte que sentí el uso de mi cámara, un acto suntuoso.

Tomé dos caballitos de tequila, el ambiente se volvió algo pesado, los veracruzanos, gente inteligente y llena de malicia me ahogaron, tuve que partir antes de que descifrarán mi tristeza, que casi estaba a flor de piel. ¿Por qué todos los recuerdos de mis navidades me asaltaban?

Camine una vez más por las calles llenas de oscuridad, recibí saludos y otras invitaciones, paré en casas donde la miseria contrastaba con el ambiente, me prohibí de comer otro plato de comida, estaba a reventar.

Volví a comer a eso de las 11:00 pm, conocí a un soldado, de cuyo nombre no recuerdo, me platicó acerca de los rondines que realizan por las calles de La Paz, exponiendo el pellejo a nombre de la seguridad, las muertes de alto impacto siguen asolando a la capital; cierto desprecio y cansancio pude captar, pero no pude hablar más, pues su espíritu era divertirse con sus hijos y amada esposa, en la única noche libre que tenía él, en varias semanas.

Tomé una foto de su hijo mayor, que vigilaba por consiga de su abuela, el fuego que lentamente cocinaba un pozole, cuyo aroma adornaba el ambiente.

Probé mi última cena navideña, y no quise aceptar otro tipo de embriagante, tenía otras dos paradas.

La penúltima parada fue graciosa, no alcancé el convivio, y por pena, no me presente, ya que todos los invitados partían de la casa. Pase desapercibido, cobijado por la negra noche.

Mi última parada fue en la casa donde la humildad me acoge, donde me hace sentir parte de la familia, donde me hace querer cambiar, donde las ilusiones se conjuntan en un nuevo amanecer, donde las necesidades obligan a actuar, al menos, así lo siento yo; no alcancé las piñatas.