Como su enemigo no estaba, mató a la madre. El repunte de la violencia en Chihuahua y sus causas

**El registro de La Crónica de Chihuahua para estos últimos 75 días en el estado de Chihuahua, fue de 249 homicidios violentos atribuibles a las actividades del crimen organizado, un promedio de 3.3 diarios.


Como su enemigo no estaba, mató a la madre. El repunte de la violencia en Chihuahua y sus causas

La Crónica de Chihuahua
Mayo de 2017, 09:47 am

Por Froilán Meza Rivera

Un hombre asesinó de un balazo a una mujer en Guadalupe y Calvo, porque fue a su casa en busca del hijo de la señora, pero como no lo encontró, decidió darle un disparo a ella. La víctima es Antonia Cruz Martínez, de 50 años, con domicilio conocido en la comunidad del Naranjito, quien murió de una herida provocada por impacto de proyectil de arma de fuego a la altura de la nariz con salida en la nuca. Y la señora era ajena por completo a los “negocios” de su vástago, pero así nada más, por “quítame estas pajas”, o menos que eso, como en este caso, los pistoleros jalan el gatillo de sus armas en Chihuahua.

En la Sierra de Chihuahua, durante los últimos 75 días (del 19 de febrero al 4 de mayo) de este año 2017, hubo 34 muertes violentas, entre ejecuciones propiamente dichas, y muertes sucedidas en enfrentamientos, según la estadística recogida por el periódico digital La Crónica de Chihuahua. Sólo en el municipio de Madera (pero aquí nada más en los últimos diez días), fueron asesinados 13 hombres. De acuerdo a la misma fuente, sucedieron tres ejecuciones en Bachíniva y Nuevo Casas Grandes; y en la zona de Cuauhtémoc y Cusihuiriachi, hubo 31 asesinatos violentos, entre ejecuciones, calcinados, degüellos, desmembramientos y caídos en las refriegas entre los dos grupos criminales que se disputan el control de ese corredor de la droga. Por otra parte, en la región Sur y Centro-Sur (Delicias, Jiménez, Rosario, Camargo y Parral), fueron registrados 10 asesinatos producto de las actividades del narcotráfico. Pero la mayor parte de la violencia que azota a la entidad se concentra en las dos ciudades más grandes: Juárez y la capital Chihuahua. En la ciudad de Chihuahua, en el referido lapso de tiempo (75 días), fueron registradas 63 ejecuciones, más dos en el municipio conurbado de Aquiles Serdán, en tanto que para la fronteriza Ciudad Juárez, la cifra sube hasta los 93 asesinatos violentos (aquí se incluyen los sucedidos en los municipios del Valle de Juárez).

En total, el registro de La Crónica de Chihuahua para estos últimos 75 días en el estado de Chihuahua, fue de 249 homicidios violentos atribuibles a las actividades del crimen organizado, un promedio de 3.3 diarios.

Hay que aclarar que la reciente ola de crímenes en Ciudad Juárez y Chihuahua es diferente de la masiva y monstruosa ola de violencia que sobrevino durante el periodo de los años 2008 al 2012, cuando, por ejemplo, Juárez fue catalogada como “la ciudad más violenta del planeta”. Durante 2008-2012, los cárteles de Juárez y Sinaloa se disputaban el control del lucrativo corredor de Juárez. En 2010, por ejemplo, Chihuahua tuvo 3 mil 210 homicidios con arma de fuego. Desde 2010, sin embargo, el grado de violencia general en la entidad disminuyó. El estado registró 2 mil 382 muertes con arma de fuego en 2011; mil 93 en 2012, y bajó a 393 en 2013.

Por lo tanto, llama poderosamente la atención que, a partir de que tomó el poder del estado el equipo del gobernador Javier Corral Jurado, en octubre de 2016, la violencia alcanzó su punto más alto justo en el primer mes de la nueva administración: en octubre de 2016 se promovieron 158 averiguaciones previas por homicidios. En total, los primeros cuatro meses del nuevo gobierno en Chihuahua acumularon 494 averiguaciones por homicidios dolosos, un alza del 84 por ciento en comparación con los 269 homicidios registrados el año previo, en el mismo periodo. Y, como ya se ve, la estadística fue a la alza en las últimas ocho o nueve semanas.

Pero hay que preguntarse, cómo ve el propio gobierno, cómo ven los representantes de la clase en el poder, este fenómeno, el innegable repunte de la violencia que, por otra parte, se hace evidente también en los 20 asaltos a comercio y a clientes de los bancos nada más en la capital de Chihuahua en los mismos 75 días de referencia, porque no se están contando los asaltos a transeúntes, los robos de autos (que van a la alza), ni los robos y asaltos a domicilios.

¿Cómo lo ven, entonces, desde el gobierno?

La tendencia, dentro del equipo de la actual administración estatal, igual que en el anterior sexenio, es a minimizar el problema. No importa que los gobiernos de Estados Unidos y de Canadá emitan alertas para que sus ciudadanos no visiten Chihuahua. No importa que la población de la zona de la colonia Álvaro Obregón (o Rubio, como se le conoce), en el municipio de Cuauhtémoc, haya advertido masivamente de la presencia de camionetas llenas de narcos y que éstos estaban preparando enfrentamientos en esa región. Si finalmente sucedieron dos enfrentamientos en Rubio con una alta cuota de sangre y de terror, todo eso sucedió en contradicción a lo que dijo el fiscal general de Justicia, César Peniche Espejel, quien un día tras otro “desmintió” las versiones que circulaban en redes, de la gente aterrada que denunciaba una situación que no tardó en explotar.

La negación es total, pues, ante una realidad que rebasó a todo gobierno, y la medida de incrementar el patrullaje con corporaciones del estado y de la federación, ha sido reactiva, no preventiva. El noroeste del estado y la Sierra se encuentran a merced de las mafias del narcotráfico, y las fuerzas estatales y federales, incluido el Ejército, van allá, cuando van, en cumplimiento de un papel de meros testigos de lo que sucede.

Los ciudadanos de a pie, el trabajador común de la ciudad y del campo, parece que sólo pueden ser espectadores impasibles, testigos de piedra, ante esos fenómenos sociales cuyas fuerzas aparecen ante sus ojos tan ingentes, tan increíbles que nadie las puede parar. Pero lo cierto es que se trata de fenómenos sociales, y por ello, temporales, es decir, que van a existir sólo durante una determinada cantidad de tiempo y de años. El narcotráfico y sus horrores, el exterminio implacable del enemigo, el degüello del prójimo, el desmembramiento de unos sicarios en manos de otros, el mismo consumo de drogas, y el encandilamiento de nuestros jóvenes de los pueblos de la Sierra (sin expectativas ningunas de educación ni de formación profesional ni de un trabajo decente y remunerador) ante el brillo y el espejismo de las “glorias” efímeras que viven los narcos y los “dealers”, también habrán de desaparecer.

El crecimiento de la criminalidad y del narcotráfico son fenómenos típicos del capitalismo que se van a desvanecer junto con éste, porque tienen un origen común, que radica en la desigualdad social y en la pobreza, productos ambos del funcionamiento del mercado mediante las fuerzas de la oferta y la demanda. Éstas, la oferta y la demanda, han sido erigidas en teoría por los ideólogos del sistema, como el non plus ultra de la economía, y su elevación a la categoría de eternas, su endiosamiento como el único fundamento posible de la economía, han provocado que las clases trabajadoras se hagan ilusiones en el sentido de que dentro del mismo capitalismo será posible acceder a la riqueza y a elevarse individualmente en la escala social. Pero hablando de subir en la escalera de la riqueza, lo cierto es que mientras que entre los países más desarrollados de la OCDE, son los mexicanos los que trabajan más horas por semana, y son los que menos ganan. Aquí, un ínfimo puñado de sólo 500 familias millonarias se embolsan más del 60 por ciento de los ingresos de la nación, en tanto que el restante 40 por ciento se lo reparten –también muy desigualmente, por cierto- 120 millones de mexicanos. Y la tendencia es a que estas desigualdades se profundicen día con día.

El reparto de la riqueza social será posible sólo cuando los pobres tomen conciencia de su verdadero papel en esta sociedad, cuando se den cuenta de que un gobierno formado por trabajadores es la única salvación de la Patria. Cuando los pobres, entronizados en el mando de la sociedad, emprendan programas para disminuir las diferencias abismales entre la clase poseedora y la clase desposeída cuyo trabajo es el único origen de toda riqueza; cuando se pongan en funcionamiento profundas reformas a la educación, a la salud, a la vivienda. Cuando hagan poner en acción medidas para crear empleos suficientes y remuneradores, medidas todas que preparen a México para una transformación radical del modelo económico.

Sólo entonces, podremos decir adiós al narcotráfico y a toda la violencia que trae aparejada y que es hoy en día un azote para los chihuahuenses y para muchos mexicanos.