Cárcel al campesino que siembra opio, y millones a la farmacéutica que lo procesa

**La hipocresía andando... esas medicinas se importan de países donde el uso del opio es legal, mientras que acá se destruyen 763 kilos de heroína y 2,519 kgs. de goma de opio al año


Cárcel al campesino que siembra opio, y millones a la farmacéutica que lo procesa

La Crónica de Chihuahua
Noviembre de 2015, 15:13 pm

Por: Alejandro Salmón Aguilera/ ahoramismo.mx

El gobernador César Duarte Jáquez acaba de poner el dedo sobre una llaga que lleva siglos enteros y que nunca le preocupó a quienes promovieron la guerra contra el cultivo, tráfico y venta de drogas: el uso de los derivados de la goma de opio para fines medicinales.

Este jueves, el gobernador del estado de Chihuahua, segundo productor de marihuana y opio, según se puede inferir de las cifras de la Secretaría de la Defensa Nacional en cuanto al número de hectáreas destruidas de esos cultivos, ha dicho algo en lo que nadie se había detenido a reparar de una manera sensata y reposada: el mercado farmacéutico está lleno de medicinas derivadas de esas dos hierbas, y el mismísimo Estado Mexicano gasta miles de millones de pesos al año en comprarlas.

Toda una familia de analgésicos, utilizados en cuadros de dolor agudo, son derivados de la opio y la heroína y, hasta ahora, que se sepa, nadie ha metido a la cárcel ni a los ejecutivos del laboratorio que los produce, ni al médico que las prescribe, mucho menos a la institución de salud que las compra y las reparte entre sus derechohabientes.

Ahí está los analgésicos narcóticos, a los que también se les llama opiáceos, los cuales se emplean sólo para el dolor que es intenso y que no se alivia por medio de otros tipos de analgésicos, cuya eficacia para reducir el dolor ha sido comprobada a lo largo de los siglos.

El mercado farmacéutico está lleno de medicamentos como la Codeína; Fentanilo (Duragesic): disponible en parche; Meperidina (Demerol); la misma Morfina (MS Contin); el Tramadol (Ultram); la Hidromorvfina o la Hidrocodona (Vidocodin), los cuales están incluidos en el catálogo de la US National Library of Medicine.

El uso de los medicamentos derivados del opio y la heroína es tan común, que la US National Library of Medicine las refiere como una sustancia que se puede recetar con frecuencia sin demérito alguno de quien la suministra: “el médico puede sugerirle que tome un analgésico narcótico en un horario regular (…) Tomar analgésicos narcóticos para controlar el dolor del cáncer u otros problemas de salud no lleva en sí mismo a la adicción”, dice el libro de las medicinas.

Existen en el mercado legal, constituido y reconocido, analgésicos como la Codeína se encuentra en forma natural en el opio, la Tebaína un alcaloide presente en el opio que son derivados del bulbo del opio. Nadie dice nada, ni se alarma ni se desata una discusión airada, de esas que provocan rasgadura de vestimentas. Esas medicinas llevan años ahí y nadie se ha puesto a reparar en el hecho de que el uso medicinal de las drogas es tan común como la medicina para el dolor.

En un país donde los tumores cancerígenos son la tercera causa de mortalidad, y en un estado donde la violencia es la cuarta, el uso de opiáceos debe ser frecuente. Las mismas instituciones del sector salud las tienen en su cuadro básico de medicinas. En un país donde los accidentes viales son tan frecuentes que cobran la vida de 12 mil personas al año en accidentes viales -cifras del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública- la medicina contra el dolor debe ser un pan que se come cada día en todo hospital y consultorio médico, así sea del sector público o privado.

Esas medicinas, como bien lo ha indicado el gobernador, se importan de países donde el uso del opio y la heroína para fines medicinales sí es legal, mientras que en México se destruyen 763 kilos de heroína y 2,519 kgs. de goma de opio al año, según cifras de la Secretaría de la Defensa Nacional.

En México, llevamos al menos siete años con una encarnizada lucha entre el Estado Mexicano y las organizaciones delictivas, o entre ellas mismas, la cual ha tenido un costo de más de 79 mil vidas, mientras la industria farmacéutica mundial se hinchaba de ganancias con la venta de los opiáceos.

Tal vez sea hora de que nos dejemos de morales dobles y hasta triples y nos pongamos a analizar el problema no desde un punto de vista médico, porque ese ya existe y nadie lo cuestiona, sino desde una visión sensata de quien admite la existencia de una situación contradictoria en con la persecución de los campesinos que cultivan opio, mientras se premia con inmensas ganancias a quienes producen medicamentos derivados de ese cultivo.