Aventura con el gran pintor de pájaros

**El poder de observación y los emocionantes dibujos de aves de Lars Jonsson son legendarios. Salimos de excursión con este prestigioso ornitólogo sueco por el parque nacional de Monfragüe. Una experiencia casi sobrenatural.


Aventura con el gran pintor de pájaros

La Crónica de Chihuahua
Abril de 2020, 15:33 pm

Por: Jacinto Antón/
El País Semanal

Bajo el poderoso vuelo de los buitres y las águilas, en el imponente mirador de la Portilla del Tiétar, en el parque nacional de Monfragüe (Cáceres), los visitantes se agolpan ante el umbral de un pequeño cobertizo de piedra instalado para observar aves. Con actitud reverente y cuchicheos de admiración, miran hacia el interior. Diríase que estamos en un santuario o en el recinto sagrado de un sadhu, un santón en el Himalaya. Al asomarte, lo que ves es a un hombre enorme de pelo cano sentado en un banco de madera, dibujando en un cuaderno. Frente a él hay un telescopio en un trípode, y a su lado, una caja de acuarelas y un hatillo con pinceles. Un chorro de luz entra por la amplia abertura del mirador nimbando al artista como en una anunciación renacentista e iluminando su dibujo: es un buitre leonado retratado con asombrosas habilidad y belleza.

Ese hombre grande, un verdadero gigante, es el sueco Lars Jonsson, renombrado ornitólogo, escritor y considerado por muchos el mejor pintor de aves del mundo. Su poder de observación y su capacidad de reproducir los pájaros con una sorprendente y emocionante sensación de vida son legendarios. Se encuentra en Monfragüe como invitado de la 15º Feria Internacional de Turismo Ornitológico, la popular FIO, una de las citas ineludibles de los amantes de los pájaros y de cuyo cartel de esta edición, un halcón posado, él es el autor. En el marco de la reciente feria, Jonsson (Estocolmo, 1952), nombrado maestro artista de la vida salvaje por el Woodson Art Museum de Estados Unidos y doctor honoris causa por la Universidad de Upsala, en Suecia, ha dado una conferencia sobre su trabajo y va a impartir un taller de dibujo a un puñado de afortunados visitantes de la FIO, entre ellos el autor de estas líneas. Antes, con el fotógrafo, hemos tenido el privilegio de pasar la mañana acompañando al artista y ornitólogo en una de sus salidas en solitario al campo para dibujar aves, una actividad que realiza mostrando una conexión muy íntima con la naturaleza y un sentimiento casi espiritual.

Lars Jonsson, autoridad mundial en la identificación de pájaros, autor de algunas de las guías más valoradas e utilizadas de nuestro tiempo, entre ellas cinco volúmenes con todas las aves europeas ordenadas según su región, y a la vez un cotizado artista con museo propio, es noticia en nuestro país por la publicación de un libro maravilloso, Aves que veo en invierno (Errata Naturae, 2020). El volumen describe, con textos y dibujos —en acuarelas, óleo, gouache—, 59 especies que son las más habituales en Suecia en invierno y las que el naturalista ve desde su ventana en esa estación, la mayoría acudiendo a los comederos. Jonsson, que vive con su mujer, Ragnhild, en Hamra, en el sureste de la isla de Gotland, en el Báltico, al sur de Suecia, en una propiedad rural que incluye una vieja granja que restauró como vivienda y un granero acondicionado como taller, ha tratado de explicar en el libro no solo la vida y los rasgos de esas aves seleccionadas, sino la impresión que le causan y cómo las dibuja. La obra es así una mezcla de libro de arte, manual técnico de dibujo y pintura, guía de campo y, con todas sus reflexiones, consideraciones y anécdotas (las grajillas se aficionan al alcohol), una muestra perfecta del género del nature writing. Para el lector español, algunos de los pájaros de invierno de Jonsson son la reoca, y valga la expresión: si bien estamos familiarizados con muchas de las especies como el carbonero común, el petirrojo, el trepador azul, el jilguero, el pinzón vulgar, el mirlo (ave nacional sueca, por cierto), el gavilán, el verderón común, el pico picapinos…, otras resultan fabulosamente exóticas en nuestras latitudes meridionales (pardillo ártico, cascanueces norteño, arrendajo funesto, carbonero lapón, ampelis…).

La aventura con Jonsson empieza de buena mañana en la hospedería de Monfragüe, en plena dehesa, desayunando junto al naturalista y otros notables ornitólogos como el británico David Lindo, conocido como El Pajarero Urbano; el colombiano Diego Calderón, que no dejó de pajarear ni secuestrado tres meses por las FARC, o José Luis Copete, que mientras unta la tostada señala la repetida y entusiasta cópula de una pareja de gorriones tras los ventanales, lo que parece ser un buen presagio para la jornada. Ya en la feria, en Villarreal de San Carlos, tras una parada en el impresionante Salto del Gitano para observar buitre negro, águila imperial y medio búho real (está escondido en las peñas y solo se le ve la punta de los penachos de las cejas, lo que no disminuye un ápice el entusiasmo general), Jonsson imparte su conferencia y después firma libros. Al acabar, le seguimos hasta el prado donde tiene aparcado el coche que le ha proporcionado la organización. Conduce más atento a la presencia de vida silvestre que de la carretera; afortunadamente, no nos cruzamos a nadie, a excepción de los grandes buitres que pasan sobre nosotros, a veces impresionantemente bajos, como veleros del cielo. Está satisfecho porque ayer, aunque no es un lister, un obsesionado con las listas, hizo un bimbo, vio un ave que no tenía observada, un avefría sociable (Vanellus gregarius), ocasional en España.

“Hay más buitres que en mi anterior visita a Monfragüe, hace ya más de 20 años, cuando hice mi libro sobre las grullas”, señala, antes de explicar la razón del nombre en latín del buitre negro, Aegypius monachus, “de monje, porque parece que lleven una capucha negra”, y conversar sobre las diferencias de color en la parte inferior de los trepadores azules, un tema que le obsesiona. ¿Considera que el cambio climático está afectando mucho a las aves? “El clima cambia, sin duda, pero ha cambiado muchas veces antes; me preocupa más la pérdida de hábitats y la desaparición de especies que trae consigo. Hay que proteger espacios naturales y crear corredores entre ellos. En todo caso, el reto más grande para la naturaleza es la pobreza humana, que conduce a la destrucción de los entornos; lo prioritario es sacar a la gente de la pobreza y crear nuevas fuentes de energía”.

Llegamos al mirador de la Malavuelta, que arroja grandes vistas sobre el Tiétar y el Tajo. Jonsson saca su cuaderno y repasa el dibujo de un buitre joven —ojos más oscuros que el adulto— que hizo el día anterior en el Salto del Gitano. “Qué cara más hermosa, qué personalidad”, señala del ave retratada. Apoyado en un muro de piedra cubierto de musgo en este día gris, ofrece una imagen de profundo sabor nórdico: parece, aunque su modelo admirado es Audubon, uno de esos naturalistas de la gran tradición sueca: Linneo, Thunberg, Hasselquist, Sjöstedt o Bengt Berg. “En casa, que se encuentra en medio de una ruta de migración, voy hasta la bahía donde hay muchos pájaros; es mi lugar favorito junto con la tundra siberiana. Me siento y pinto durante horas; es muy hermoso pintar aves junto al agua. Me encanta pintar gaviotas, tengo un interés especial por ellas. Pinto directo con el telescopio. Observo y pinto. Ojo y mano. Para mí no hay diferencia entre arte y ornitología. Es una frontera móvil, que se difumina”. Lars Jonsson continúa mientras su lápiz va cubriendo de plumaje al buitre. “Cuando dibujo trato de capturar la esencia del ave y de crear vida. No intento ser completamente exacto, es fácil destruir una pintura con un exceso de detalle”. Uno de los secretos de Jonsson es su extraordinaria capacidad para reproducir la paleta de colores del plumaje de las aves, el azul amapola de la paloma zurita y la torcaz, el elusivo color de seda del ampelis, las infinitas sutilezas cromáticas del plumaje del carbonero o el verderón…

¿Por qué le resultan tan interesantes los pájaros? ¿Qué los hace diferentes del resto de las criaturas vivas? “Que están en todas partes y que son imprevisibles. El hombre siempre los ha visto como signos, premoniciones, algo que viene de otro mundo y está en conexión con los dioses, que conecta planos diferentes de la existencia. Nunca han dejado de interesar a los seres humanos. Y de fascinarnos: ¿cómo saben cuándo tienen que volver los que emigran?, ¿de qué manera los carroñeros descubren los cuerpos muertos?, ¿hasta dónde llegan las extraordinarias capacidades cognitivas de los cuervos, capaces de resolver problemas aritméticos? Nuestros ancestros veneraron a los pájaros, envidiaron sus capacidades, les ofrecieron sus muertos, los representaron”. Él también lo hace. “A la hora de pintarlos has de amarlos, pintarlos no es conquistarlos, es una forma de adorarlos”. Hay gente que los teme, fóbica. ¿Le apena? “Es cierto, tengo una prima que sufre eso. Les aterran cuando empiezan a volar, por la falta de control, y está Hitchcock, Los pájaros, claro”. ¿Odia al cineasta por eso? “No, me parece una película interesante”. ¿Pueden las aves conquistar el mundo? “No, qué va”, ríe Jonsson. No se ría, ya lo hicieron sus antepasados los dinosaurios. “Tiene razón y es interesante plantearse si ellas pueden seguir desarrollándose y evolucionar hacia algo más. Pero tienen un obstáculo: carecen de manos, un miembro tan importante para la inteligencia; las sacrificaron para volar”.

“Observar un ave provoca un sentimiento muy fuerte y antiguo”, reflexiona Jonsson. “Algo de eso es lo que se percibe en mis dibujos. Trato de interpretar lo muy bello y misterioso que hay, por ejemplo, en la primera alondra que llega”. Parece algo casi místico. “Hay muchos momentos de revelación, cuando pones luz en el ojo de un ave y se hace viva”. Indudablemente, Jonsson es feliz con lo que hace. “Observar un ave produce emoción y alegría, una felicidad instintiva, irreflexiva; es luego cuando tratas de razonarla, pero la felicidad pertenece al tiempo de justo antes”. La felicidad, esa cosa con alas, escribió Emily Dickinson. La alondra de Shelley, el ruiseñor de Keats, el cuervo de Poe, ¿es aficionado a la poesía el naturalista? “Me gustan algunos poetas románticos suecos y el Nobel Harry Martinson”. No es raro que aprecie la poesía de Martinson, autor de libros como ­Entre luz y oscuridad (Nórdica, 2009) y que escribió versos que parecen resonar en el trabajo de Jonsson: “Sentados en el silencio, durante un instante de felicidad, /mirábamos la danza de las mariposas / que agitaban sus banderas amarillas / en el solemne resplandor del sol” (El instante). O en Gaviota muerta: “Nunca más atravesará mi hambriento pico la calma de la niebla”.

¿Cuál es el secreto para dibujar un ave? “Hace falta mucha paciencia, pero lo más importante es la dedicación, la práctica. Y tienes que ser honesto. La gente sabe, se da cuenta de si has experimentado algo verdadero que quieres compartir o si falseas. También debes tener valor, no hay que tener miedo de hacerlo mal, y hay que saber captar la luz sobre el ave; si quieres ver lo invisible, has de mirar muy cuidadosamente lo visible. Recuerda que incluso en las especies más comunes hay mucho que descubrir”.

Luego, prismáticos en mano, nos sentamos en unas mesas de pícnic y Jonsson saca una bolsa de comida. Bocadillos de pollo y zumos. Comemos. “Empecé a pintar aves a los cuatro años; entonces las dibujaba como una mezcla de pájaros y seres humanos”, evoca Jonsson. “Estaba obsesionado, me llamaban El Amigo de los Pájaros, siempre quería acercarme. Subía a los árboles, buscaba nidos de rapaces. Sentía ya el impulso y la necesidad de intimar con las aves. Me identificaba mucho, de hecho quería ser pájaro. Mi hermano mayor, para hacerme rabiar, me decía que ya no evolucionaría, que ya era tarde para una metamorfosis”. El padre de Jonsson era vendedor, “pero su mejor amigo era un escultor al que trató de promocionar, así que se relacionaba con el mundo del arte”, y la madre, ama de casa, “aunque hacía diseño textil batik y tenía talento artístico”. “Ambos me animaron a pintar y así, a los 15 años, ya hice mi primera exposición en el Museo de Historia Natural de Estocolmo con dibujos de pájaros a tinta”. El naturalista hace una pausa al oír el canto de un pájaro. “Carbonero capuchino”, zanja. Es un ave “jubilosa”, que siempre le pone de buen humor y de la que destaca su “rostro occipital”, el dibujo en forma de cara en la nuca para evitar el ataque por la espalda de las rapaces.

Un momento fundamental en la relación de Jonsson con los pájaros, explica, fue cuando pudo verlos con telescopio. “Me permitió estudiarlos muy bien, ver detalles de las plumas y expresiones faciales que antes dibujaba mal. La generación anterior no tuvo ese instrumento, solo prismáticos que no permiten tanto detalle, y la anterior a esa tenía que dispararles para poder estudiarlos”. Jonsson tiene una relación curiosa con los pájaros muertos. “Cuando mueren, puedes estar más cerca; siempre que encuentro un ejemplar muerto lo recojo y lo estudio”.

Ilustración de un cascanueces norteño.
Ilustración de un cascanueces norteño. LARS JONSSON
Al preguntarle por los momentos difíciles o peligrosos en toda una vida en la naturaleza, viajando a lugares remotos —ha observado la pantera de las nieves en Mongolia—, Jonsson recuerda la ocasión en que tuvieron que rescatarlo en un acantilado en las Feroe viendo alcatraces o cuando se perdió en los bosques de Siberia. “Pasé seis horas solo caminando sin tener ni idea de dónde estaba, hasta que subí a un árbol y reconocí una colina”. Más tarde le viene otro episodio. “Me encontraba en un lugar bastante salvaje de Rusia y me alejé del grupo por una necesidad perentoria. Estaba agachado cuando noté que alguien me había seguido y al girar la cabeza vi que era un oso enorme. Me incorporé más excitado que asustado y grité: “¡Un oso!, ¡un oso!”, para que vinieran todos a verlo, y sin subirme los pantalones. El animal pareció asombrado y, tras mírame de arriba abajo, se marchó”.

Tras la comida volvemos al coche no sin que antes un paseante reconozca a Jonsson y se haga un selfi con él. En ruta otra vez, el naturalista hace una nueva demostración de su conocimiento: “Ahí, en el suelo, un pinzón. ¿Lo oyes cantar?, tiene un defecto en el pico”.

Llegamos a la Portilla del Tiétar para la clase de dibujo, yo muy ufano cargando el gran portafolio del maestro, lo que despierta miradas envidiosas. Tras un rato dibujando en la intimidad en el cobertizo, Jonsson se sienta al aire libre y lo rodean los alumnos. “Voy a empezar un dibujo nuevo, un roquero que he visto en las peñas”. Con cuatro trazos realiza el boceto; mientras, va hablando. “¿Qué experiencia tienen?”. La gente calla y observa. “Conocer un ave es sobre todo observarla. Pero no mirar media hora y dibujar, sino hacerlo seguido: mirar, dibujar, mirar, dibujar. Cada vez que dibujas un ave aprendes algo. No pintes lo que sabes, pinta lo que ves. Es mejor pintar 10 pájaros mal que uno mediocre. Pinta, pinta. No debes tener miedo a hacerlo mal”. Milagrosamente, el pájaro va apareciendo en la página. El artista parece distribuir sin objetivo la acuarela. “¿Qué historia quieres contar? Vas tomando decisiones, a veces la vida del pájaro viene más de quitarle cosas que de ponerlas”. Al acabar, tras mostrar, asperjando color blanco con el pincel, cómo se crea el mágico “efecto nieve”, resuenan los aplausos. Nadie ha dibujado ni una línea. “Yo le besaba las manos ahora mismo”, susurra un joven.

Volvemos en coche a la feria mientras empieza a hacerse de noche. “¿Lo más difícil? Algunas aves del paraíso, tan extrañas. Las especies que viven en lugares más agrestes. Los albatros, los pingüinos emperador, el cóndor andino. Otras aves son complicadas a su manera, las currucas, algunos fringílidos, el petirrojo, tan expresivo…”. Los que le causan más placer dibujar son el camachuelo común, símbolo de la Navidad, o su viejo amigo de infancia, el pito verde… Cruzan cuatro ciervos la carretera y el naturalista detiene el automóvil para contemplar el espectáculo. La oscuridad difumina el mundo alrededor y las hermosas criaturas desaparecen. Lars Jonsson mantiene fija la vista en el punto por el que se han ido, como si pudiera ver algo que los demás no vemos: el mundo donde duermen los pájaros y el lugar del que proceden los sueños.