Ávalos, antigua población minera en la incertidumbre y el temor

**El fantasma del desalojo se desplaza por estas calles, y atemoriza a sus habitantes.


Ávalos, antigua población minera en la incertidumbre y el temor

La Crónica de Chihuahua
Julio de 2017, 08:04 am

**Para justificar que en Ávalos no hay agua, el presidente de la JMAS, Mario Mata Carrasco, señaló que en esta colonia hay una red privada sin mantenimiento y que no hay certeza jurídica en la tenencia de la tierra, lo que impide que el organismo suministre agua entubada a este sector. **Pero olvidó que hace trece años, el 31 de agosto de 2004, el Gobierno del Estado compró el pueblo completo y las instalaciones de la antigua fundidora en 355 millones de pesos, y todo ahora es de su propiedad.

Chihuahua, Chih.- A trece años de su expropiación por parte del gobierno, las viejas instalaciones del poblado minero de Ávalos poco han cambiado. Grandes proyectos se perfilan aquí, igual que las grandes amenazas contra los pobladores, quienes se encuentran en la incertidumbre porque no saben si van a ser desalojados, o si por el contrario, van a ser parte de los ya casi míticos desarrollos deportivos, recreacionales y culturales de los que se ha hablado tanto, pero de los que nada se ha concretado.

El poblado minero-metalúrgico de Ávalos llegó el 31 de agosto de 2004 al término de una etapa de su vida, porque sus instalaciones industriales, sus edificios de uso público, sus campos y clubes deportivos, su iglesia, sus escuelas, el mercado, las casas, las oficinas, todo pasó en esa fecha al patrimonio del gobierno del estado.

En Avalos, bajo el marco de las puertas de madera de las vetustas casitas de adobe a medio derruir, las amas de casa miran hacia afuera y expresan la incertidumbre que se ha apoderado de todos los mil 257 habitantes. El gobierno adquirió 430 hectáreas, y la inversión para la compra de los terrenos fue de 355 millones de pesos.

A trece años de esta nueva etapa, pocas cosas han cambiado. ¿Qué va a ser de las familias de los obreros que han aguantado todo, que soportaron las crisis de producción metalúrgica de las décadas de los ochenta y noventa? ¿Qué catástrofe social se cierne sobre los moradores de las 282 casas que nunca nadie ha querido remodelar porque nunca las han sentido como propias?

Hace 112 años -el 6 de mayo de 1905-, el gobernador del estado Enrique C. Creel autorizó la donación de los terrenos del rancho de Ávalos a la empresa American Smelting and Refining Company (Asarco). En diciembre del 2003, esos mismos terrenos, y una cantidad adicional, fueron comprados a la compañía sucesora de la Asarco en 350 millones de pesos.

En 1908, la fundidora de Ávalos ya había dotado de vivienda a sus trabajadores, en casas propiedad de la compañía que les eran entregadas para que las ocuparan mientras tuvieran el empleo. En 2004, los terrenos vuelven a ser propiedad del Gobierno del Estado, pero hoy la suerte de los habitantes es incierta.

¿Está en puerta un desalojo masivo? Eso se preguntan todos.

Un ingrediente que aumenta esa incertidumbre es que casi la mitad de las casas está en poder de extraños que llegaron a Ávalos en una invasión organizada.

PASADO GLORIOSO

En Ávalos, lo único seguro es el pasado, y es por cierto, de acuerdo con sus habitantes de siempre, un pasado glorioso, del cual hablan todos con orgullo.

Rafael Martínez, vendedor de abarrotes y frutas y verduras, propietario del último puesto de la parte central de la nave del mercado de Ávalos, es heredero de su padre, quien inauguró este importante centro de acopio. En sus memorias, el señor Martínez tiene muy presente que, antes de que existiera el moderno mercado (moderno para la época en que fue construido, alrededor de 1950), se instalaban puestos en una serie de carpas, al estilo de los tianguis callejeros de hoy. Estos puestos se colocaban en el terreno que corresponde ahora al Seguro Social.

Pero antes incluso de que existiera el mercado de carpas, los moradores de Ávalos acudían a hacer comercio al otro lado del camino a Mápula, donde por las mismas fechas se comenzaba a levantar la llamada Ranchería Juárez. Allá estaban las tiendas de víveres y de todo tipo de enseres, porque ir a Chihuahua era todo un viaje de 10 kilómetros.

En la puerta poniente del mercado, en silla de ruedas, derrotado pero no vencido, el ex metalúrgico Héctor Chávez Zamarrón vende chicles para sobrevivir. Él fue taponero en el departamento de Zinc, es decir, su trabajo hasta 1993 consistió en raspar y manipular el horno de zinc para despojarlo de la ’grasa’, la materia extraña, o escoria.

Ahora, con una pierna de menos que perdió a causa de una infección mal atendida, Héctor apenas sobrevive con los chicles, que le dejan sólo algunos pesos. Es una situación triste para alguien que tuvo siempre mucha energía, y para alguien como él, quien en su padre Manuel -minero-metalúrgico también-, tuvo el ejemplo del trabajo duro y extenuante pero digno. Héctor, con 64 años y a quien el cierre de la fábrica lo arrancó de su empleo en la flor de la vida, terminaba sus jornadas agotado, mugroso, todo lleno de carbón. Su sueldo era de 27 pesos y 30 centavos diarios, y gozaba de las prestaciones que daba la empresa, además de los servicios que les proporcionaba.

Agua y vivienda eran prácticamente gratis, pero los de Ávalos tenían además un cine, dos clubes sociales: uno para los de confianza y otro para los obreros, escuela primaria y kínder, un seguro social, gimnasio de box, campo de beisbol, campos de futbol, el mercado, la iglesia de San José, un auditorio, una cooperativa de consumo, parques públicos...

LAS “CASITAS”

Las casas de los trabajadores de la Asarco (y después Industrial Minera México) fueron hechas con adobe, de tan buena factura que hasta ahora ninguna se ha derrumbado, y su construcción se adaptaba al estilo de todo el poblado. Las oficinas, los edificios de uso público, la misma planta de producción, fueron diseñadas dentro del estilo industrial reinante a finales del siglo XIX y principios del XX, es decir, son edificios sobrios, funcionales, con algunos detalles artísticos mínimos, como la herrería, la ventanería de madera y mosquitero, y remates en piedra. Es el estilo utilitario tan en boga hoy en la ciudad y que tiene sus principales exponentes en la estación de ferrocarriles de la avenida División del Norte, así como en los actuales Casa Redonda y Conservatorio de Música, que eran viejas instalaciones ferroviarias también.

Julia Chávez Sandoval, quien vive en una de las “casitas”, tiene apenas 18 años morando aquí, aunque su esposo, Mario Alberto Galván, tiene raíces en este poblado, porque su padre era minero también, hijo de mineros.

En la manzana 26, la casa número 8 alberga a la familia de Adriana Ortega Leyva, cuyo padre José Manuel Ortega Estrada fue trabajador de la minera. Rodeada de niños del color de los adobes que asoman en la pared pelada del frente de la casa, Adriana rememora también a su abuelo, José Ortega Vera, quien murió hace unos años, en calidad de veterano de los oficios minero-metalúrgicos. Como en la vieja Europa, en Ávalos se juntaron tres generaciones de obreros en familias que ya tenían antepasados mineros y que llegaron procedentes de viejas poblaciones como Cusihuiriachi, o bien del sur del estado, de la sierra y de estados vecinos como Durango y Coahuila.

LA INCERTIDUMBRE

De las 282 casas habitación de Ávalos, 150 están habitadas por los antiguos obreros de la planta, y unas 130 están en poder de invasores, quienes se impusieron sobre los pobladores originales y aprovecharon el cierre definitivo de las operaciones del beneficio de metales, en 1994.

“Lo que sí nos resulta muy curioso es que se han visto gentes del CDP que andan midiendo sus terrenos, como que algo se olieron, o simplemente quieren invadir para luego negociar por su cuenta”, señaló Rosario González vocal de la mesa directiva de los residentes.

Todo el terreno de la planta industrial, la colonia de los empleados de confianza, las oficinas, los edificios de uso público, la colonia de los obreros, los campos deportivos, le fueron vendidos a la administración estatal por la empresa Industrial Minera México.

A nosotros -añadió la lideresa- en ningún momento nos han dicho que vamos a ser removidos de nuestras viviendas.

En Ávalos, los rumores tienen a la gente con el alma en vilo... “Que nos van a regularizar, que el Gobierno sólo va a usar la parte del velódromo y los campos deportivos, que esto, que lo otro...”, pero en concreto, nada, dijo la dirigente.

“En concreto, lo único de que estamos seguros en la directiva, es de que ahorita no hay ninguna negociación, y que tenemos que esperar a que nos llamen del gobierno, para ver con quién vamos a tratar, si con el secretario de Gobierno, o si con el secretario de Desarrollo Urbano y Ecología”...

Rosario González resume en su propia incertidumbre los temores que hicieron presa de los avalenses, quienes tienen miedo de estar de sobra en los planes de desarrollo económico y comercial de la zona. La misma Rosario González es de vieja estirpe minero-metalúrgica, su padre laboró en Ávalos, su hermano también, y su esposo fue obrero de la Fundición. “Mi abuelo materno era jefe de la Oficina de Raya de la Asarco, cuyos gerentes fueron en la primera mitad del siglo pasado, los señores Peyton y MacDonald.

Hoy, como ayer, se les proporciona gratis el agua potable, tal como lo hacía la empresa, pero el gobierno dejó de dar mantenimiento a la red, y ni la Junta Central de Agua y Saneamiento se hace cargo de nada, y son los propios colonos que se han organizado para parchar las frecuentes fugas que hacen que haya días completos sin servicio en varias zonas de la colonia. Las tuberías podridas de la red local tienen convertido a Ávalos en una coladera. Así, ninguna agua será suficiente para abastecer al poblado, y esa es la causa porque se carece del líquido en las viviendas, señaló Jesús Antonio Soto Pérez, del Comité de Mejoras de Ávalos. “No es que no haya agua, es simplemente que, además de que se pierde en fugas, a través de éstas entra aire a la red, lo que impide que el flujo sea normal”, explicó.