Aumenta la pobreza urbana y rural en México

REPORTAJE NACIONAL


Aumenta la pobreza urbana y rural en México

La Crónica de Chihuahua
Julio de 2017, 22:30 pm

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Fernando Castro

En los primeros dos años del sexenio de Enrique Peña Nieto aumentó en dos millones el número de mexicanos en situación de pobreza, al pasar de 53.3 millones en diciembre de 2012 a 55.3 millones en diciembre de 2014, de acuerdo con el reporte más reciente dado a conocer por el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval).

En su desglose de 2014, el Coneval informó que el número de pobres en medios urbanos era de 36.6 millones, equivalente a más de dos terceras partes de las personas en esta situación; en tanto que el de las áreas rurales era de 18.9 millones de pobres (32 por ciento), aunque más de un tercio de éstos (5.8 millones) vivía en extrema pobreza, entre quienes hacían mayoría las comunidades indígenas.

En estas poblaciones, según el mismo informe, siete de cada 10 personas vivían en austeridad multidisciplinaria y tres de cada 10 en escasez extrema, en contraste con los demás habitantes rurales no indígenas, a quienes las carencias solo afectaban al 38.9 por ciento.

El total de los mexicanos urbanos en extrema pobreza eran de 5.7 millones y en la capital de la República el número de pobres equivalía al 28.9 por ciento de la población.

Esta situación lacerante ha orillado, tanto a hombres como a mujeres, a suicidios, a incorporarse al crimen organizado o a robos por un litro de leche, por un pan o por cualquier alimento, a fin de paliar el hambre de sus familiares, la mayoría agobiados por la falta de trabajos en sus lugares de origen y por los magros salarios que existen en toda la República.

Los problemas de pobreza en México son tan dramáticos e inocultables que hasta los mismos funcionarios del más alto nivel de la administración federal han advertido que esta situación solo podrá revertirse en el largo plazo.

Éste es el caso del titular de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, José Antonio Meade, quien recientemente dijo que las “reformas que el presidente Peña Nieto ha impulsado nos aseguran las posibilidades para construir un país en donde todos los mexicanos tengan la posibilidad de superar este umbral hacia 2030”.

Lo que no dijo o no reconoció el señor Meade, fue que las citadas reformas económicas se han quedado cortas para superar los grandes déficits que padece la economía mexicana y para contener el crecimiento descomunal de la pobreza tanto en las ciudades como en las zonas rurales del país.

En este diagnóstico coincide la mayoría de las instituciones de servicios y análisis económicos especializados, como el Banco Mundial (BM), que en un estudio de reciente publicación en materia de pobreza en comunidades indígenas de América Latina (AL) resaltó la insuficiencia del crecimiento económico en el área, situación que ya es crónica y afecta a todas las generaciones de esta población.

El BM reveló que además de la falta de oferta laboral, derivada de la inactividad económica en las zonas rurales, otro de los graves problemas que padecen los indígenas de México consiste en los bajos salarios que se les pagan por sus labores, ya que ganan entre el 12 y el 14 por ciento menos que los no indígenas con la misma preparación académica.

La gran mayoría de las comunidades indígenas tienen, además, un menor acceso a los servicios urbanos básicos como el de agua potable, alcantarillado, electricidad, medios de comunicación y transporte. El BM dice que incluso teniendo acceso a la educación, los indígenas mexicanos tienen menos posibilidades de obtener un empleo.

“El hecho de nacer de padres indígenas aumenta marcadamente la probabilidad de crecer en un hogar pobre, independientemente de otras condiciones, como el nivel de educación de los padres, el tamaño del hogar o el lugar de residencia, creando un círculo vicioso que impide el pleno desarrollo del potencial de niños y niñas indígenas”, estableció esta institución en su documento Latinoamérica indígena en el siglo XXI.

El estudio del BM afirma que en México “los pueblos indígenas se ven más afectados en los periodos de contracción económica”, y que la ampliación de la brecha de desigualdad de ingresos, incluso si está acompañada de otros avances, puede aumentar la vulnerabilidad de los pobladores originarios.

Añadió que sin la inclusión de los pueblos indígenas “es improbable que Latinoamérica alcance el desarrollo sostenible y ponga fin a la pobreza. Y todo indica que el crecimiento, por sí solo, no es suficiente”.

De esta manera, el organismo destacó que los indígenas “están representados en forma desproporcionada entre los más pobres, por la prolongada historia de agresiones externas a sus valores y economías, además de que no han recibido el mismo nivel de beneficios en 10 años de crecimiento económico”.

“Solo tortillas con sal o frijolitos”

El municipio San Juan Tepeuxila, Oaxaca, catalogado por el Coneval como el municipio más pobre de México en 2012, es un ejemplo absolutamente fiel de lo que es la pobreza y la marginación extremas en el país, toda vez que el 97.4 por ciento de sus habitantes carecen de todo, salvo el aire y la luz solar, que todavía no tienen que comprar.

Isabel Salinas tiene 85 años, vive en el poblado de Tlacolula. Para llegar a éste primero hay que trasladarse a Cuicatlán y arribar poco antes de las cuatro de la mañana porque a esa hora sale el primero de los dos colectivos diarios que suben por un camino de terracería durante casi tres horas; el segundo vehículo sale hasta las tres de la tarde.

El pasaje cuesta entre 50 y 60 pesos. El primer poblado es la cabecera municipal de Tepeuxila y el segundo la comunidad natal de Isabel. Ahí todos son campesinos, siembran maíz, frijol o lo que se pueda. “Casi es para comer todo lo que sembramos; aquí la gente casi no compra porque no hay dinero… Cuando la gallina está grande como carne, porque no hay manera de comprar”, explica Isabel.

Sentada frente al modesto edificio de la Junta Auxiliar y cubriéndose cabeza y cuerpo con un rebozo para protegerse de la lluvia que cae cada media hora sobre San Juan, Isabel insiste en que la pobreza llegó para quedarse y que hay días en los que solo puede comer unas “tortillas con sal o con frijolitos porque no hay otra cosa”.

“Yo vivo sola desde hace tiempo. Mis hijos se fueron hace unos años. Antes contaba con el apoyo de Oportunidades, pero hace dos años me dijeron que por mi edad ya no me lo pueden dar. Entonces nomás vivo de lo que uno va sacando…

Yo siembro, pero es para comer. A veces, cuando se puede y llega alguien, vendo unas granadas rojas y con eso saco para comprar un pedazo de carne”, cuenta, mientras mira sus manos, en las que se aprecian las marcas del rudo trabajo físico que tiene que hacer en el campo, a pesar de su edad.

La historia de Isabel se repite en los otros 400 habitantes de Tlacolula, especialmente en las mujeres de su edad. Sebastiana cuida a su nieto Cristian, de quien se ha hecho cargo desde hace cinco años, cuando su hija se fue a Oaxaca con la promesa de enviarle dinero para la manutención del niño; pero a la fecha no se ha acordado de su madre ni del su hijo.

Sebastiana también vive de la agricultura de autoconsumo y de un apoyo económico que recibe del Gobierno Federal. En un salón de la Junta Auxiliar, ubicada en la parte alta del pueblo, hacen fila más 200 mujeres para recibir el dinero de Oportunidades, que se entrega cada dos meses. Sebastiana espera su turno junto con su nieto, después de haber regresado de trabajar en su milpa.

“Es poquito, pero sirve para comprar unos zapatos para la escuela del niño. A veces no hay dinero ni para comprar leche y con eso compramos unos litros… Alcanza para un mes cuando mucho; pero es mejor a no recibir nada”, dice Sebastiana, mientras con una mano acaricia al nieto que se sienta junto a ella para esperar a recibir el “apoyo”, que oscila entre mil 300 y mil 700 pesos.

Si quieres vivir te tienes que aguantar.

En Tlacolula no hay, de hecho, servicios sanitarios; apenas cuenta con una clínica de la Secretaría de Salud que solamente atiende enfermedades estacionales como la gripa o infecciones de la garganta y del estómago.

“Aquí solo está la clínica; el hospital está en Tepeuxila y cuando el problema es más complicado hay que ir hasta Cuicatlán. Para ello tienes que pararte a las cinco de la mañana, cuando pasa el transporte, si no tienes que pagar un viaje especial que cuesta como 200 pesos.

Muy poca gente se va caminando (son aproximadamente 35 kilómetros en terracería), porque entre la montaña siempre está lloviendo. Por eso si alguien se enferma y quiere vivir tiene que aguantarse, si no se muere, aquí no hay transporte, solo el que pasa a las cinco de la mañana para Cuica, y ése mismo regresa como a las seis de la tarde y no hay más…

“Aquí es muy común que la gente se enferme de calentura, tos, gripa. Los animalitos ya los conocemos, por eso casi no nos pican. Aquí no tenemos dinero; uno vive de lo que cosecha. Aquí solamente los funcionarios son asalariados, como dicen. Uno vive de la tierra…”, insiste Sebastiana, en cuyo rostro se pueden ver las señas de muchos años de carencias y trabajo rudo.

Sebastiana es una de las pocas personas de Tlacolula que no siente miedo de hablar con extraños.

El presidente municipal de San Juan Tepeuxila, Óscar García Suarez, dice a buzos que, en efecto, el municipio tiene un alto grado de marginación y pobreza.

“Sí, está en un abandono total; no llegan los programas de acción como los manejan los medios. Sabemos que los programas a veces se quedan en las zonas conurbadas, en los municipios más grandes. Realmente a nosotros, como municipio indígena, nos olvidan; siempre ha sido nuestra lucha con el gobierno del estado…

“Para nosotros es muy preocupante vivir el día a día, pues la gente vive de lo poquito que da el campo; ése es el único sustento que tienen para sus familias… Tenemos dos partidas en el municipio: para infraestructura y servicios de seguridad y salud. El recurso que nos asignan es muy limitado. Lo poquito que llega lo repartimos en las cinco agencias que existen en el municipio”, explica el presidente municipal.

El Fondo de Aportaciones para la Infraestructura Social Municipal de la zona es de cinco millones 17 mil 225 pesos y el Fondo de Aportaciones para el Fortalecimiento de los Municipios es de un millón 487 mil 992 pesos, de acuerdo con información de la Secretaría de Finanzas del estado.

Sin embargo, estos recursos no se han visto reflejados en la infraestructura de la población y en los últimos dos años los habitantes no han atestiguado la ejecución de ninguna obra pública.

“Por eso las calles siempre están enlodadas en tiempo de lluvias y en tiempos secos nos quedamos sin agua, porque los nacimientos de la montaña se secan y no tenemos cómo agarrar agua para la casa”, dijo a esta revista otro de los vecinos de San Juan.

Pobreza urbana y rural

La directora de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), Laís Abramo señaló que esta región sigue siendo la más desigual del mundo, a pesar de los importantes avances que algunos de los gobiernos del área han realizado en la primera década y media del siglo XXI.

En relación con el programa Horizontes Cepal, la funcionaria explicó que la noción de igualdad alude no solo a la equidad de medios, ingresos y propiedades, sino también a la igualdad en el ejercicio de los derechos de género, de etnias, dominio territorial y en el desarrollo de las capacidades y las autonomías de pueblos, entre otras.

Detalló que en América Latina viven aproximadamente 46 millones de personas de pueblos indígenas y 130 millones de afrodescendientes. Según estimaciones estadísticas, uno de cada cuatro latinoamericanos es indígena o afrodescendiente, aunque su distribución es muy diversa y heterogénea en la región.

Esto significa que no puede hablarse de igualdad, de superación de la pobreza, de la agenda de derechos, sin considerar de manera clara la situación de estas poblaciones, y los datos incluidos en el estudio Panorama Social 2016 revelan que estas comunidades sufren profundas desigualdades en todas las áreas del desarrollo social, en comparación con los demás habitantes.

En el informe ya citado del Coneval se revela que en la Ciudad de México (CDMX), la capital de la República, la pobreza afecta a 2.5 millones de personas (el 28.4 por ciento de la población); que de éstas, 2.4 millones (26.7 por ciento) padecen pobreza moderada y 150 mil (1.7 por ciento) están en pobreza extrema.

El gobierno de la CDMX no ha logrado disminuir la pobreza, aun con sus múltiples programas sociales: 158 en 2015, más otros 37 este año. Lamentablemente, muchos de estos programas no llegan a la población que realmente los necesita porque son manejados como instrumentos clientelares del Partido de la Revolución Democrática (PRD) para cautivar votos.

Este hecho explica por qué en la misma capital de la República los rezagos en infraestructura urbana, educación y acceso a alimentos y viviendas sean superiores hasta en el doble a las que existen en las zonas urbanas.

A unos cuantos minutos del Centro Histórico de la CDMX, Jessica Maribel, quien vive en una improvisada casita de madera y cartón junto con su madre, una hermana y cinco hijas –está separada de su esposo- señala que su situación de marginalidad socioeconómica es consecuencia de las muchas crisis que recientemente ha padecido el país.

Cuando se le pregunta con cuánto sobrevive al día, responde: “ahorita tengo 50 pesos en la bolsa; con eso tengo que darle de comer a mis cinco hijas, a mi mamá y a mi hermana, que son las que viven en la casa”. También revela que ha desempeñado diferentes oficios, “siempre con la finalidad de traer algo de comer a la casa”.

En Jessica hay una preocupación mayor a sus otros problemas vitales y que comparte con un grupo de familias: el temor a perder la vivienda en la que ha vivido desde hace 50 años; su vivienda no es más que un cuarto de paredes rústicas, cubierto con láminas viejas de cartón remendadas en muchos sitios; sobre ella pesa la amenaza de demolición, porque un grupo de personas pretende ahí un edificio de viviendas cuyo precio de venta oscilaría entre 900 mil y un millón y medio de pesos, cifr a que está absolutamente fuera del alcance de los habitantes del predio; Jessica otras familias humildes que habitan en el predio popularmente denominado la Baticueva, en uno de los siete barrios de la delegación Iztacalco saben que por eso quieren desplazarlos.

Aumentar cinco veces el salario mínimo

El Coneval considera a una familia en pobreza por ingresos si sus cuatro integrantes sobreviven con menos de 11 mil 290.80 pesos mensuales; a pesar de que se trata una cifra muy superior al salario mínimo actual, que equivale a dos mil 401.2 pesos mensuales.

Es decir, aunque el ingreso familiar sume 4.7 salarios mínimos, sigue considerándose en pobraza por ingresos. 4.7 salarios mínimos es apenas el salario “digno” estipulado en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos.

Los organismos internacionales son incluso menos exigentes para medir la canasta alimentaria básica y la pobreza. Para el Banco Mundial, una canasta básica destinada a un hogar pobre en México tiene un costo de cuatro mil 322. 70 pesos al mes y la que propone la Cepal es de nueve mil 172.30 pesos, en tanto que para el Coneval es de 11 mil 290.80 pesos.

Pero el promedio de ingresos de una familia mexicana no supera siquiera los cuatro mil pesos mensuales y esto le impide acceder a la canasta básica.

La última Encuesta Nacional de Inclusión Financiera (ENIF), elaborada por la Comisión Nacional Bancaria y de Valores (CNBV), en colaboración con el Inegi , reveló que cerca del 10 de la población gana menos de mil 500 pesos mensuales, mientras que el 17.2 por ciento apenas percibe entre mil 500 y tres mil pesos.

La encuesta reveló que solo una tercera parte de la población recibe entre tres mil y cinco mil pesos por las actividades que realiza y apenas un 20 por ciento logra obtener entre cinco y ocho mil pesos. El sueldo promedio de un campesino es de 998 pesos mensuales: es decir, 33 pesos al día, lo que representa el 1.5 por ciento de lo que ganan los trabajadores de los grandes corporativos.

A decir de la institución financiera, la percepción anual de los trabajadores del sector primario, que son poco más de tres millones 41 mil mexicanos, alcanza apenas los 11 mil 985 pesos por persona. La cifra contrasta con los 763 mil 17 pesos que cada empleado de los grandes corporativos recibe al mes: 63 mil 584 pesos o dos mil 119 pesos diarios.

En pleno siglo XXI, con la globalización económica en apogeo, es difícil creer que en el país haya varias decenas de millones de mexicanos que carecen de los más elementales servicios básicos para vivir –agua potable, viviendas, electricidad, educación, salud, transportes, seguridad pública, etc- empleos y un salario mínimo para subsistir dignamente.