Aprender a pensar desde los verbos

**Entrevista con Enrique Servín.


Aprender a pensar desde los verbos

La Crónica de Chihuahua
Marzo de 2015, 10:43 am

Por Alejandro Merlín/ tierraadentro.conaculta.gob.mx

(El autor nació en Durango, Durango, en 1988. Es editor y traductor. Ha traducido, ente otros, a Paul Bénichou, Heinrich Heine y Jean Starobinski. Actualmente prepara un libro de escritos de estética de Denis Diderot. Estudió Lengua y Literatura Francesas en la UNAM y trabaja como editor en la Dirección General de Publicaciones del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.)

Quienquiera que haya traducido o tratado de traducir una obra literaria sabe que algo se pierde y algo se gana en el traslado. Si escribir es difícil, a veces traducir es aún más arduo. E. M. Cioran, el célebre escritor francés de origen rumano, sentenció categórico que “se necesita más reflexión para traducir que para crear.” En el último siglo México ha tenido un buen número de notables traductores: Alfonso Reyes, Octavio Paz, José Vázquez Amaral, Jaime García Terrés, Sergio Pitol, José Emilio Pacheco, Salvador Elizondo, Selma Ancira, por nombrar sólo algunos. A ellos se suma Enrique Servín (Chihuahua, Chihuahua, 1950), en cuya persona se entreveran el escritor y el políglota que con igual solvencia escribe poemas y traduce del árabe a Ibn Arabi, a Denise Levertov del inglés, a Tadeusz Rozewicz del polaco, a Anna Ajmátova del ruso. Asimismo es un notable traductor del náhuatl, el tarahumara y otras lenguas originarias de México. Para hacer visibles asuntos que no solemos advertir quienes leemos en traducción, Alejandro Merlín lo entrevista sobre su acercamiento a otras lenguas, su labor de traductor, su relación con la poesía y el lenguaje.

Alejandro Merlín: Como poeta, ¿cuándo descubirste el amor por esta vocación?

Enrique Servín: Tuve la buena suerte de crecer junto a dos mujeres que eran grandes recitadoras: mi abuela Julia Sánchez-Pareja y su hermana mayor, Dominga. Tenían gustos diferentes, porque había entre ellas una gran diferencia de edades, casi veinte años. Mientras la tía Dominga recitaba a Amado Nervo y a Manuel de Góngora, el modernista hispano- argentino, mi abuela recitaba a Juana de Ibarbourou y a José Juan Tablada. Aprendí de memoria “Ónix” quizás a los siete u ocho años. Cuando iba a su casa y no tenía nada que hacer, mi abuela me decía: “Escribe un poema y te regalo diez pesos”. Eran unas monedas grandes, de plata. Yo me sentaba en el comedor y me ponía a garrapatear cosas horribles, muy cursis. Ella las leía y las criticaba lo más benignamente que podía, así que ese fue el primer taller literario al que asistí. Más tarde, en la preparatoria, leí a los clásicos españoles, sobre todo a Quevedo y San Juan de la Cruz, a quien descubrí en una edición pequeñita y de apariencia insignificante, en una librería de segunda. No tenía ni idea de lo que iba a encontrar en esas páginas. Allí entendí lo que es la gran poesía, el deslumbramiento, el vuelo, la transfiguración mediante la palabra.

AM: ¿Lees a autores jóvenes? ¿Qué piensas de la poesía joven mexicana? ¿Es la poesía un arte en vías de extinción?

ES: Leo lo que puedo, sin importarme la generación a la que pertenece tal o cual autor. Hojeo los libros en donde los encuentro y, si algo me gusta, los compro y los leo. Pero cada vez encuentro menos tiempo para dedicarlo a la lectura y, por fortuna para la literatura, también cada vez menos tiempo para escribir. Además coordino dos talleres literarios y eso me quita energía. No tengo armado ningún panorama de la literatura más reciente, ni siquiera de mi generación. Creo que en México estamos muy enfrascados con las poéticas vanguardistas y post-vanguardistas, seguramente debido al peso enorme que tuvieron la figura de Octavio Paz y su grupo de seguidores, y no sé si esto sea algo sano para nuestra literatura. No ocurre así en otros países, en donde la post-modernidad ha hecho convivir poéticas muy diferentes entre sí. Pienso en los Estados Unidos, donde coexisten poéticas del lenguaje y poéticas de la experiencia; donde florecen la tradición académica, el experimentalismo, la etnopoesía. Admiro y hasta releo, eso sí, a algunos poetas más o menos jóvenes, por ejemplo a Julián Herbert. Pero confieso que, debido a mi afición por los idiomas, por lo general me concentro en tratar de conseguir la obra de poetas de otras tradiciones del mundo. Hay grandes, enormes vetas allí, tanto antiguas como contemporáneas. Traduzco, como diría Manuel Bandeira, de manera bisiesta. Lo hago, con algunas excepciones, por mero placer, sin más motivación que deleitarme (y a unos cuantos) con el lenguaje. Y no, la poesía no está en vías de extinción (salvo que todo pareciera estarlo). Y no lo está porque la poesía no es una moda, ni un producto comercial, ni un desarrollo tecnológico, sino que surge de una forma particular y necesaria de la experiencia, y cristaliza en una forma necesaria y poderos de la expresión. La poesía es, a pesar de lo que parezca, necesaria. Muy pocas manifestaciones culturales se mantienen tan frescas con el paso de los siglos. Los poemas de Catulo parecen escritos ayer; los de Du Fu siguen conmoviendo, incluso a través de malas traducciones, en sociedades muy diversas, en mundos que ni siquiera existían cuando Du Fu los escribió. Esa es la magia de la poesía, del lenguaje.

AM: Eres conocido por dominar varias lenguas y por saber tantas otras. ¿Qué significa para ti conocer una lengua?

ES: Habría, primero, que acotar enfáticamente el sentido de la expresión “dominar una lengua”, ya que nunca se llega a dominar una segunda lengua al mismo nivel, o de la misma forma, que la lengua materna. La situación es algo paradójica pues, como bien se ha dicho, el principal obstáculo para aprender una segunda lengua es nada menos que nuestra primera lengua. La lengua materna nos enseña a taxonomizar el mundo y a procesar mentalmente esa taxonomía desde un inventario específico de elementos fonológicos, silábicos, morfosintácticos, léxicos, semánticos, pragmáticos. Se ha dicho incluso que ese primer sistema de mentalización, aprendido desde la época en que comienza a forjarse nuestra psique, influye en la conformación y maduración de nuestra corteza cerebral. De modo que cualquier lengua que se aprenda después, se aprenderá necesariamente desde ese inventario, esa primera lengua que actúa, entonces, como un obstáculo, porque continuamente interfiere en todos los aspectos y dimensiones de la lengua que se intenta aprender. Un hablante nativo del castellano que hable italiano tenderá a decir simplemente “vado alla Chiesa” (y lo dirá, por lo general, con acento extranjero, sin marcar la “ele geminada” o la “ese sonora”). Pero en italiano hay una diferencia, al nivel del significado, entre “vado alla Chiesa” (“voy a tal iglesia”) o “vado in Chiesa” (“voy, como de costumbre, a la iglesia”), diferencia que en castellano, como vemos, se expresa de una manera un poco más profusa. Dicha por un hablante de castellano, “vado alla Chiesa” corre el riesgo de ser una frase ambigua o equívoca. Hablamos un segundo idioma, con frecuencia, desde los impulsos profundos de nuestra lengua materna, que yace agazapada, descansando en los estratos más oscuros de nuestra mente. De manera que los políglotas tenemos algo de fraudulento. Hecha la aclaración de que realmente uno nunca “domina” por completo una segunda, o tercera, o enésima lengua, te contesto que hasta los meros acercamientos, hasta los simples intentos de conocimiento de una o varias lenguas ajenas han sido para mí experiencias fascinantes desde muchos puntos de vista. Una lengua ajena, por supuesto, te abre universos sociales y culturales nuevos, que antes te estaban más o menos restringidos, te permite comunicarte con más personas, acercarte a otras sociedades, viajar con mayor facilidad. Pero antes que nada, como acabo de mencionar, un idioma es un sistema para concebir y procesar de determinada manera el cosmos, las sensaciones, las emociones, el cuerpo, la sociedad, el mundo físico, el imaginario colectivo, la cultura material. Cada idioma hace esto de manera diferente, y esas diferencias unas veces son sutiles y otras abismales. El ir descubriéndolas es apasionante, porque esas diferencias dicen mucho de cada cultura. Idioma y cultura son aparatos correlativos. A través de los diferentes idiomas uno descubre que el conocimiento humano es multiforme, increíblemente diverso y, con frecuencia, también relativo. Por otra parte, una lengua es también el mecanismo que la hace ser funcional, es su motor gramatical, y el panorama de las lenguas del mundo ofrece ejemplos interesantísimos: desde las fantásticas morfologías del chinook hasta las lenguas casi desnudas de morfología, que son casi solo sintaxis, como el chino. Pero además una lengua es la materia prima de un pensamiento, de una literatura, y quizás hasta de una música determinada. La traducción de textos filosóficos recurre con frecuencia a la inclusión, en el texto ya traducido, de determinados términos que se quedan en el idioma original, porque sus campos semánticos no coinciden con sus equivalentes en la lengua meta, de manera que lo mejor es dejar la palabra original y aceptarla como un préstamo indispensable. A otro nivel, es evidente que la estrofa de San Juan de la Cruz: “Mi amado, las montañas, / los valles solitarios nemorosos / las ínsulas extrañas / los ríos sonorosos / el silbo de los aires amorosos”, que imita el sonido del viento al vuelo de un ave, fue posible gracias al castellano desde el que fue escrita, y es un idioma muy rico en sonidos sibilantes, pero esa imitación (y esa estrofa) hubiera sido imposible en un idioma como el hawaiiano, que no tiene ninguna consonante de esta naturaleza. Y uno podría especular si las diferentes tradiciones musicales populares no están determinadas, o por lo menos muy influidas, por las estructuras silábicas y prosódicas de los idiomas en cuyo contexto surgen. La música popular por lo general está compuesta para cantar determinado texto, en cierto idioma; pensar en el rock, por ejemplo, como un producto en el que influyó la estructura fonológica y silábica del inglés, con su tendencia al monosilabismo y sus ritmos condensados y rápidos. Disfruto enormemente este lado material del lenguaje. Me fascinan los idiomas hasta por su mera musicalidad: la riqueza vocálica del francés; el sonido arenoso y uniforme del enlhet; la impronta, al mismo tiempo ruda y majestuosa, del georgiano, o del árabe clásico, o del tigriña. Para mí no hay lengua desagradable. Con un poco de atención descubro tal o cual aspecto que me interesa o me fascina, en el idioma que sea.

AM: ¿Cómo se hace para aprender tantos idiomas?

ES: Lo único que se necesita es interés, esfuerzo y el tiempo indispensable para dedicar ese esfuerzo a ese interés. Tal vez también algo de habilidad mímica y hasta mimética, porque un idioma no es sólo gramática y vocabulario, sino también pronunciación, entonación y lenguaje facial y corporal. No siempre es fácil juntar esas cuatro cosas. Es cierto que la “primera segunda lengua” que se estudia es la más intimidante y la que más difícil parece. Pero después de la tercera o la cuarta uno empieza a desarrollar cierta agilidad, además del hecho de que una segunda lengua puede constituir un apoyo mnemotécnico para aprender una tercera, si es que ambas están emparentadas. Un idioma determinado constituye una clave importante para “aprender” (insisto en la relatividad de este término, cuando se habla de segundas lenguas) otros idiomas de la misma familia lingü.stica, y esto es algo que deberían tener en cuenta los interesados en estudiar idiomas al diseñar su propio plan de estudios. Si uno estudia árabe, después le resultará mucho más fácil estudiar hebreo, arameo, ge’ez o amhárico, porque todos ellos pertenecen a la familia semítica. Si estudia polaco, después podrá estudiar con menor esfuerzo el ruso, checo, serbio, búlgaro o cualquier otro de la rama eslava. Con respecto a los métodos, creo que los mejores son los llamados “de inmersión total”, aunque tienen la desventaja de que uno debe pagar por ellos. Yo soy más bien un autodidacta. Con frecuencia, por mi interés en las literaturas, he seguido el método de las “lecturas corridas”, diseñado, o propuesto, por el gran Mauricio Swadesh, y que podría resumirse así: uno consigue un texto interesante, en la lengua que desea aprender, y al mismo tiempo una buena traducción en castellano; luego los compara y subraya las palabras y expresiones que va identificando. Después lo relee varias veces y continúa con el proceso hasta poder, después de un tiempo, leerlo más o menos de corrido. Pero hay que enfatizar el hecho general de que cada método logra desarrollar determinadas competencias lingü.sticas; el de inmersión total es útil para lograr habilidades de comunicación oral-auditivas; el de lecturas corridas sirve para lograr habilidades de lecto-escritura. ¿Qué más? Hay que ser constante, tanto en el estudio como en la práctica, hay que leer y hablar lo más que se pueda. El advenimiento del internet ha resultado una verdadera maravilla. Por lo demás, te puedo asegurar que en realidad es mucho más fácil de lo que parece, y que el prestigio que da el conocimiento de varios idiomas es inmerecido. Se basa casi únicamente en el ejercicio de la memoria, ya se sabe, es la inteligencia de los tontos.

AM: ¿Podrías narrarnos un poco tu historia personal con distintas lenguas e idiomas?

ES: El primer recuerdo que guardo relacionado con los idiomas es un ademán de mi madre. Yo tenía cinco o seis años. Ella señalaba la luna repitiendo en voz baja “moon”, con esa vocal larga y suave de la palabra en inglés. Poco después se mudaron a vivir cerca de nuestra casa unos italianos de apellido Guglielmina. Regañaban en italiano a sus hijos, quienes les contestaban indistintamente en italiano o en castellano. Un día le pregunté a mi papá que cómo era posible eso y me respondió que para ellos el italiano era “tan natural y tan entendible” como para mí el español. Quedé muy impresionado con eso. Poco después me hice amigo de esos niños y comencé a tomar notas en un cuaderno para recordar el significado de las palabras que iba aprendiendo en su casa. Así, el italiano fue mi primer “segundo idioma”. Mi madre vio mi interés y comenzó a enseñarme francés. Poco después Jean Louis Silvy, entonces director de la Alianza Francesa, me becó generosamente para tomar un par de cursos ahí, que después seguí por mi cuenta. Luego estudié ruso, a través del inglés, ya que los manuales que conseguía estaban casi todos en esta última lengua; si me encontraba con palabras o expresiones que no entendía se las preguntaba a mi abuela, que había vivido de joven en los Estados Unidos. Comencé a estudiar inglés por razones prácticas, como lengua auxiliar para estudiar otras lenguas. Descubrí que se trataba de un idioma riquísimo, flexible e inteligente, con su vocabulario exorbitante y la sutileza que le confiere su inusual sistema de modificadores verbales, que hacen que un verbo se desdoble en muchos otros, funcionando como una especie de pequeño sistema solar: move in, move out, move along, move about, move away. Empujado por la fascinación imparable que pueden provocar, siguieron otras lenguas: tarahumara, maya, árabe, alemán, persa, catalán, maltés, sueco, malayo-indonesio, portugués, swahili, polaco. Fascinación con desventajas: entre más idiomas estudies, menos profundizas en ellos. Las anécdotas van de lo trágico a lo cómico. Hace dos años el tinaco de mi casa se descompuso y los pisos de mi biblioteca (dos cuartos llenos de anaqueles y pilas de libros acomodadas por todas partes) se anegaron por completo y los libros quedaron inservibles. Me dolía tirarlos a la basura. Los dejé en la banqueta por si alguien se interesaba en ellos. Los días que siguieron vi a los transeúntes, extrañados, tratando de hojear el Kalila wa Dimna en árabe, la Egils Saga en islandés y el Ramayana de Valmiki en sánscrito, entre muchos otros libros y otros idiomas. Algo como para llorar. En otra ocasión, en los Ángeles, California, un amigo estadounidense fue a visitarme al centro comercial japonés donde yo trabajaba. Mientras platicábamos, llegaban turistas a pedir información, y yo les contestaba en francés, italiano, portugués y en otros idiomas —con errores, se entiende, pero eso no lo nota quien no los ha estudiado—. En eso llegó una pareja asiática y hablé con ellos en indonesio. “This is witchcraft!” interrumpió mi amigo, “That’s why we had the Spanish Inquisition!” (“¡Esto es brujería!: ¡Para algo existía la Inquisición Española!”). Tal vez lo más gracioso que me ha pasado con los idiomas fue una ocasión en la que descubrí una librería: “Tibet. Libros Orientales”. Con la estúpida esperanza de encontrar en este país un manual de tibetano entré a curiosear en los estantes. El dueño me preguntó qué buscaba. Le dije que un método o una gramática tibetanos. Con naturalidad me respondió: “No tenemos esa clase de libros aquí, pero le voy a dar el teléfono de un especialista en tibetano y sánscrito que vive en Chihuahua”. Sacó su libretita y en un papel me anotó los datos. Tomé el papel muy entusiasmado pero luego, para mi sorpresa, leí: “251-85-06…, Enrique Servín”. “Mire usted”, le contesté muy serio, “Este hombre es un impostor y puedo asegurarle que no sabe ni una palabra de sánscrito, mucho menos de tibetano”. “¿Lo conoce?”, “sí, señor”, le contesté, “me temo que sí lo conozco”. Como quien dice: “…Yo soy Garrick. Cambiadme la receta”.

AM: ¿Qué pesa más para el que elige estudiar una lengua, la tradición literaria o el descubrimiento de una lengua minoritaria?

ES: Para un fanático de los idiomas, pueden pesar lo mismo. Utilizas “descubrimiento” en un sentido figurado, supongo, es decir: la revelación de una lengua minoritaria. Esta revelación puede ser tan atractiva y tan poderosa como el acceso que alguno de los grandes idiomas nacionales dan a determinada tradición literaria. Sobre todo si el idioma minoritario tiene un significado particular en el panorama, más amplio, del rompecabezas lingüístico del mundo, o si tiene características únicas, de la naturaleza que sean, en ese mismo panorama.

EL OFICIO DE LINGÜISTA

AM: ¿Por qué te interesaste en la lingüística?

ES: Yo me interesé más bien en la antropología lingüística, porque nos ayuda a comprender la relación entre cultura y lenguaje, y también las razones del porqué del ascenso y la caída de los idiomas. Actualmente vivimos un acelerado proceso de erosión del patrimonio lingüístico mundial. Factores de tipo económico, demográfico, político y, sobre todo, educativo, están desplazando a la mayoría de los idiomas no nacionales del planeta y poniéndolos en riesgo de desaparición al corto o al mediano plazo. La mayoría de ellos no están lo suficientemente estudiados, y ni siquiera lo suficientemente documentados. Si esta desaparición llega a consumarse, habremos presenciado una de las peores catástrofes culturales de la historia, algo parecido a la destrucción de las civilizaciones del México Antiguo, o a la quema de las grandes bibliotecas. Un idioma, hay que repetirlo, es un sistema de pensamiento y una red de conocimiento. Y así como se dice que “dos cabezas piensan mejor que una”, así debería decirse que “dos idiomas piensan mejor que uno”, y también que “dos culturas piensan mejor que una”, ya que —y otra vez me repito— idioma y cultura son aparatos correlativos, las dos dimensiones de un mismo espejo. De manera que resulta indispensable entender cabalmente cómo operan los procesos de conflicto y desplazamiento lingüístico, si es que queremos salvar de la hoguera esas bibliotecas inmateriales que son los idiomas. En concreto, yo he estudiado las dinámicas de conflicto lingüístico en las comunidades tarahumaras urbanas, que muestran características muy interesantes. Pero se trata de procesos sociales, y los procesos sociales son, con frecuencia, sumamente complejos y muy difíciles de ser entendidos desde una sola perspectiva.

AM: ¿Podrías platicarnos qué has aprendido del estudio de las lenguas indígenas como lingüísta? ¿Y como traductor? ¿Como poeta?

ES: Como estudiante de idiomas indígenas he aprendido —por lo menos en el caso del estudio del tarahumar— a ver a mi familia al mismo tiempo más abigarrada y más horizontal. El sistema de parentesco en tarahumar es muy diferente al nuestro; he aprendido a pensar desde los verbos, no desde los sustantivos, y desde la inclinación específica de cada llanura o cada ladera, y no desde los cuatro puntos cardinales, como lo hago en castellano; he aprendido también a expresar matices semánticos complejos, que el castellano marca con diferentes verbos auxiliares, de manera muy sintética y de un solo golpe. Como traductor he participado en el ejercicio de esta disciplina, de por sí difícil, en uno de sus escenarios más arduos, más extremos, porque las asimetrías conceptuales entre un idioma indígena como el tarahumar y otro global, como el castellano, son abismales, de manera que una traducción “desde” o “hacia” un idioma indígena es casi necesariamente una adaptación, o una variación. Como poeta he presenciado el proceso fascinante por el que nace una literatura escrita, una tradición poética escrita, incluso en las peores condiciones, desde la miseria material de las comunidades tarahumaras; primero generando materiales para introducir la escritura en las escuelas, después rescatando la tradición oral y, por último, ensayando y adaptando modelos provenientes de la cultura nacional y mundial, enriqueciéndolos con la visión indígena y con la materia prima de la lengua indígena. Este último proceso me ha llevado a conocer gente extraordinaria: gobernadores tradicionales, sacerdotes del peyote, narradores que, desde aldeas llenas de carencias y problemas, son nada menos que, como quería Pound, los voceros de la tribu, los guardianes de la palabra ancestral

EL OFICIO DE TRADUCTOR. LA TRADUCCIÓN DE POESÍA

AM: ¿Qué se pierde y qué se gana cuando se traduce poesía?

ES: Es difícil contestar a esa pregunta, porque el texto original y la traducción son dos realidades diferentes, dos entidades que funcionan por separado. El espacio en el que algo se pierde y algo se gana está en el proceso mismo de la traducción, , porque la traducción es el arte del sacrificio y la compensación. Si esto es evidente en el caso de dos idiomas tan parecidos como el castellano y el portugués, la situación es más tensa en el caso de idiomas y tradiciones muy distantes la una de la otra. La traducción nos enfrenta a problemas vinculados con la sonoridad externa del texto, en prosa o en verso: asonancias, efectos determinados por motivaciones semánticas, ritmos específicos. Con frecuencia es difícil lograr equivalencias a todo esto en la lengua meta. Nos enfrenta también a decisiones vinculadas con la elección de términos, de equivalencias semánticas. Y esto se complica de múltiples maneras, ya que un significante se desdobla en múltiples niveles de signi-ficación. Para los japoneses la rana se asocia con la primavera, para los europeos con el folklore de los gnomos y las brujas. ¿Qué hacer con eso a la hora de traducir un haikú? Algo parecido ocurre con las menciones de mitos o personajes emblemáticos, que con frecuencia no se entienden fuera de sus respectivos ámbitos culturales. El traductor frecuentemente tiene que sacrificar y compensar. Esto nos da una idea de la dificultad que implica una traducción literaria, y también de la situación de injusticia a la que por lo general se enfrentan los traductores, siempre menospreciados y criticados, como lo expresa de manera proverbial el aforismo italiano: “traduttore, tradittore”. En la mayoría de los países el nombre del traductor ni siquiera aparece en las portadas de los libros, y sólo en muy pocos lugares se avanza en la construcción de una cultura literaria en la que el traductor sea apreciado como lo que en realidad es: un creador por sí mismo. Tal “traición” no existe en realidad; lo que existe son dos textos diferentes, vinculados, en una relación causa y efecto, pero diferentes por lo menos debido a tres razones esenciales: están creados por motivaciones distintas, son estructurados siguiendo estrategias diferentes y están escritos en idiomas distintos.

AM: ¿Cuál es la importancia de traducir poesía?

ES: La traducción ha generado, históricamente, tradición civilizacional. Un texto no traducido no influye más allá de su ámbito lingüístico original, en ocasiones bastante reducido. Homero, Dante, Villon, Baudelaire, Rimbaud, Holderlin, Pound, Eliot, Pessoa, Rilke, Ekelöf, han influido poderosamente en el dilatado ámbito la tradición occidental, y lo han hecho desde la traducción. Du Fu, Li Bai, Wang Wei, Li Ching Zhao, Bai Chü Yi, Matsuo Basho, han influido poderosamente en la tradición del lejano oriente, y el proceso se ha dado igualmente mediante la traducción. Creo que no es necesario decir más. La traducción es esa supuesta “traición” sin la cual no habría tradición.

AM: ¿Y cuál es la importancia de traducir de nuevo a los escritores de siempre? ¿Tiene algún sentido particular?

ES: Por supuesto que sí. No seré el primero en decir que cada generación necesita sus propias traducciones, puesto que el lenguaje cambia rápidamente. Una traducción es producto de un ámbito social y cultural específico, de un momento determinado en el devenir de una cultura. También es producto de la habilidad y la sensibilidad de un traductor, aunque abundan los malos traductores. Además cada nueva traducción de un viejo texto añade algo al corpus de una literatura. ¿Qué conocedor de Dante no disfruta comparando las diferentes traducciones de la Divina Comedia? La comparación de las traducciones de grandes textos es un ejercicio interesantísimo, porque las diferencias entre las diversas traducciones evidencian cambios en los intereses y la sensibilidad de la época que las produjo. Pienso en el conocido ensayo de Borges sobre los traductores de las Mil y una Noches, que explora, de alguna manera, este tema. En cualquier caso, los traductores seguirán traduciendo una y otra vez lo que quieran, porque, antes que nada, y como cualquier otro género de la creación artística e intelectual, la traducción es también una vocación y una pasión.

AM: ¿Cómo funcionan las técnicas poéticas en otros idiomas de otras familias lingüísticas? Esto es, técnicas como la retórica, la métrica, y formas como el soneto.

ES: Hay grandes diferencias entre un ámbito lingüístico o civilizatorio y otro, y el tema es tan vasto y tan complejo que existe una amplísima bibliografía sobre él. Nuestra prosodia, por supuesto, es principalmente acentual. Lo que se busca es construir columnas acentuales que determinen el ritmo externo, sonoro, del poema: cuarta y décima, sexta y décima, etcétera; también se han explotado en castellano otras formas de armonías sonoras no basadas en la acentuación (y está el verso libre). En el Oriente Medio, como ocurrió en Grecia y Roma, la prosodia se basa en la combinación armoniosa de sílabas largas y sílabas breves, siguiendo también patrones combinatorios tradicionales. Para quienes hablamos idiomas que no muestran oposición fonémica entre vocales largas y breves, es difícil percibir o apreciar esta prosodia (Borges se lamentaba de no poder apreciar la poesía en latín por no saber escandirla, pronunciarla según la longitud de las sílabas), pero un iraní o un iraquí corregirán enfáticamente a un estudiante que no marque lo suficientemente bien, a la hora de recitar, una sílaba larga: “laqad Sáara qálbii qáabilan kulla súuratin / fa már’an li ghizláanin, wa dáyrun li ruhbáanin / wa ká’batun táayifin / wa ‘alwáaHu tawráatin / wa múSHafu qur’áanin”, (“Mi corazón se ha vuelto capaz de adoptar todas las formas / y es pasto para las gacelas y convento para los monjes / y Kaaba para los peregrinos / y las tablas de la Torah / y el manuscrito del Corán”, el inicio de una de las odas de Ibn al-Arabi). Es impresionante. En el Corán hay también versos que le ponen a uno la carne de gallina, por ejemplo en la “Azora de la Gente”, y que explican el efecto hipnótico que produjeron en los primeros conversos. El chino, siendo un idioma tonal, desarrolló esquemas de rimas tonales, que se repiten en varios versos y confieren extraordinaria musicalidad a la poesía china, algo a lo que los traductores de poesía china al castellano deben renunciar de manera definitiva. Los persas, y bajo la influencia de estos últimos, los georgianos, desarrollaron además recursos muy inusuales en otras tradiciones, como el calambur: “Mephisa mzis Thamarisa, ghaqv-badaxsh, Thma-gisherisa / mas, ara vici, shevhk’adro shesxma xot’bisa, she, risa” (“de la Reina sol, Tamara, la de mejillas del color de rubíes, la de negros cabellos / de quien no sabré hacer la múltiple alabanza”, del “Vephxist’q’áosani”, “El Caballero con la Piel de Tigre”, de Shotha Rusthaveli). En la poesía antigua anglosajona fue común la aliteración, y poetas como Gerald Manley Hopkins intentaron revivirla. Otras tradiciones se han concentrado en la búsqueda de ritmos internos, semánticos, como es el caso de la poesía maya clásica, con su amplio desarrollo del difrasismo y el paralelismo. El guatemalteco Luis Sam-Colop, fallecido hace apenas un par de años, publicó una edición del Popol Vuh en el idioma quiché, de acuerdo al manuscrito que se guarda en la Biblioteca Newberry, disponiendo gráficamente el texto de acuerdo a estos recursos y demostrando que se trata, básicamente, de una obra en verso. Los poetas mayas contemporáneos, por ejemplo la campechana Briceida Cuevas Cob, han explorado también recursos como la aliteración, y creo que con excelentes resultados.

AM: ¿Cómo estimas la tradición de la poesía indígena?

ES: Si te refieres a obras como los Cantares de los Señores de la Nueva España, o el Popol Vuh, como monumentos literarios pertenecientes a la gran tradición universal. Si te refieres al resurgimiento contemporáneo de las literaturas escritas indígenas, como uno de los fenómenos culturales más interesantes y significativos de los últimos cincuenta años, tanto en México, como en algunos otros países de América Latina, aunque su panorama sea todavía algo confuso y se trate de un movimiento con frecuencia frágil y vulnerable. Aunque cabría añadir que esa vulnerabilidad la comparten en buena medida con los movimientos poéticos nacionales, si hemos de ser honestos. ¿Quién lee poesía en México?

AM: ¿A qué se ciñe el concepto de poesía en el mundo indígena?

ES: Varía de cultura a cultura, pero por lo general en el mundo indígena tradicional, rural, el concepto se limita casi por completo a la canción y a la plegaria, que no son géneros desprovistos de sofisticación. En los ámbitos indígenas más vinculados con las culturas nacionales, cada vez es más común el concepto de poesía como algo independiente, desvinculado de la música, en donde la palabra debe conducir por sí misma hacia la experiencia estética. Los términos utilizados en algunas lenguas son bastante significativos. En tarahumar “poesía” se dice o “wikaráliame”, que significa “canción”, o “amachíkiame”, que significa “rezo” o hasta “enseñanza”. En náhuatl se utiliza hasta la fecha el término clásico “xochichuicatl”, “canto florido”. Y en maya el término más usual es “k’aayil” que también significa “canto” o “canción”.

AM: ¿Nos podrías también explicar esa palabra en otras lenguas?

ES: Es interesante. Y hay que partir del hecho de que, en griego clásico, la palabra “poíeesis” no se refería exclusivamente a lo que ahora entendemos por “poesía”, sino que abarcaba cualquier otra forma de creación, de manera que el concepto moderno es una construcción posterior. “Poíeesis” significaba simplemente “creación” o “hechura”. En árabe la palabra para poesía es “shi’r”, que es un derivado de la raíz “sh’r” (recordemos que en árabe las raíces son hipotéticas y se expresan tan sólo mediante consonantes) que significa “percibir”, “ser sensible a algo”. De manera que, literalmente, “shi’r” significaría algo así como “percepción” o incluso “sentimiento”, aunque en el lenguaje clásico y moderno se traduce simplemente como “poesía”. En chino el asunto es más complejo, porque existen diferentes términos para “poema” o “poesía” (ci, shih, fu, jintishi), segúnla forma y el contenido del texto, debiendo aclarar que en China el divorcio entre la música y la poesía se dio mucho más tardíamente que en la Civilización Occidental. El mundo es ancho y ajeno, pero debido a la enorme expansión que tuvieron las civilizaciones europea, china y árabe, muchas otras lenguas derivaron sus términos para “poesía” de estas fuentes, de manera que en japonés “poesía” se dice “shi”, en swahili se dice “ushairi”, y en malayo se dice “puisi”. Qué le vamos a hacer.