Al padre de la maquila mexicana, Trump le hace lo que "el viento a Juárez"

**La familia Bermúdez entró en el negocio del bourbon, formando una sociedad con una de las principales destiladoras whisky de Kentucky. El origen de la fortuna de los Bermúdez es, pues, la prohibición del alcohol en EEUU.


Al padre de la maquila mexicana, Trump le hace lo que

La Crónica de Chihuahua
Octubre de 2017, 09:30 am

El Financiero

Jaime Bermúdez lleva medio siglo construyendo fábricas en Ciudad Juárez y hace negocios en todo el mundo, con o sin TLCAN.

En Ciudad Juárez, junto a la frontera con Estados Unidos y al pie de la Sierra Madre, una Range Rover azul serpentea por el imperio construido por Jaime Bermúdez Cuarón.

En el vehículo van dos hijos y dos nietos del magnate de 94 años; los guardaespaldas los siguen en dos coches. Juárez no está sitiada por la violencia de los cárteles de la droga como hace una década, pero la élite sigue siendo un blanco de la delincuencia. Y los Bermúdez, que han acumulado una fortuna en el auge de la globalización, son definitivamente élite.

La caravana pasa frente a gigantescas fábricas, una tras otra, sobre calles bordeadas por cactus. Cada una tiene su propia tapia de cemento o hierro y lleva un nombre corporativo: Eagle Ottawa, Capcom, Copper Dots, Microcast, Filtertek, como feudos individuales enarbolando sus escudos de armas. Son las marcas detrás de las marcas que impulsan la economía global.

Estas fábricas producen asientos de cuero, diodos emisores de luz, cubiteras de plástico, pantallas de smartphones, ejes de dirección para vehículos. La mayoría de las piezas serán exportadas, a veces cruzando varias fronteras y fábricas, antes de convertirse en parte de un producto terminado.

Es por eso que estas plantas son conocidas como maquiladoras. Las empresas multinacionales traen sus materias primas a la maquila, como un granjero lleva su grano al molino, y ésta lo devuelve procesado y listo para la siguiente etapa de producción.

Casi nadie hace esto mejor que los juarenses, ni siquiera, como señala repetidamente la familia Bermúdez, los chinos. “De hecho, uno de los primeros ministros de China trajo al ministro de Industria aquí y lo dejó tres años”, dice Jorge Eduardo Bermúdez Espinosa, el quinto de los siete hijos de Jaime, mientras el auto se abre paso entre el tráfico. El ministro luego invitó a su padre a China, “y le dijo: ‘gracias a que estuvimos en Juárez aprendimos cómo hacerlo’”.

Llegamos al estacionamiento de BRP, que fabrica vehículos todoterreno bajo la marca Can-Am. Los cuatro Bermúdez se ponen lentes de seguridad y chalecos color naranja, en la tierra que hace cinco décadas era el rancho algodonero de la familia.

La enorme planta huele a caucho caliente. Los soldadores moldean los marcos y luego van a una línea de montaje de humanos y robots. Los vehículos terminados se envían alrededor del mundo.

Esta es solo una de las 50 maquiladoras que operan dentro del Parque Industrial Antonio J. Bermúdez (el fallecido tío de Jaime, quien fue un poderoso político), ubicado en la Avenida Antonio J. Bermúdez, en el lado noreste de la ciudad, a kilómetro y medio del río Bravo.

Otras tres docenas de parques y zonas industriales en Juárez son hogar de unas 400 fábricas de todo tipo y tamaño; en total, las maquiladoras emplean a casi 300 mil personas.

Docenas de otros centros manufactureros han surgido en México, a lo largo de la frontera y también al interior del país. Pero Bermúdez fue el primero, a finales de los años sesenta, y su colección de siete parques sigue siendo una de las más grandes. “Don Jaime es el padrino, entre comillas, del sector maquilador”, dice Roberto.

Coronado, economista senior del Banco de la Reserva Federal de Dallas y experto en economía fronteriza. “Él era realmente el visionario”.

Bermúdez, formado en ingeniería en Estados Unidos y procedente de una familia conectada, estaba ansioso por sacar más partido de su campo algodonero en el desierto de Chihuahua.

Mientras observaba el ascenso de Taipéi y Tokio, advirtió el potencial del creciente número de trabajadores desempleados que vivían en la ciudad fronteriza, entonces conocida por sus prostíbulos, tiroteos y divorcios exprés. Bermúdez asumió entonces la misión de rehacer Juárez.

Hoy, la familia Bermúdez posee un colosal imperio en Desarrollos Inmobiliarios Bermúdez S.A. de C.V., cuyos activos incluyen parques industriales, oficinas, cementeras y centros comerciales. La compañía también está en medio de una tormenta sobre el comercio global.

El presidente Donald Trump ha calificado el Tratado de Libre Comercio de América del Norte como el “peor acuerdo comercial jamás pactado” y prometió renegociar sus términos. Bermúdez está tranquilo, si no es que confiado, sobre todo ese asunto.

Si pierde el favor de los estadounidenses, los chinos son socios dispuestos, al igual que los alemanes, los holandeses, los japoneses.

“Hemos firmado un contrato ayer por siete años”, dice, sentado en un sillón de cuero en una salita revestida en madera, las arrugas profundas en su rostro enmarcan sus penetrantes ojos azules. “Somos muy optimistas. Estamos haciendo dinero para todos. Un muro no va a detener eso”.

Recientemente, dentro de la casa en la amplia Avenida 16 de Septiembre que usa como oficina, Bermúdez pasa sus dedos por fotografías, viejos recortes de periódicos y contratos que documentan el mundo que construyó. Recuerda los detalles, sin vacilar.

“Estaba tan seguro de que iba a tener éxito”, dice.

La casa, que figura en más de un libro de arquitectura como una joya del renacimiento colonial español, se encuentra en medio de otros edificios históricos, algunos todavía majestuosos en su pintura rosada, salmón y aguamarina. Juan Gabriel, quien falleció el año pasado, vivió a dos casas y los fans de ‘El Divo de Juárez’ siguen llevándole ofrendas.

En las calles cercanas hay fachadas llenas de graffiti y ventanas clausuradas, testimonio de la larga guerra contra el narcotráfico.

Bermúdez viene casi todos los días a trabajar. Bien parecido, de aspecto pulcro y cabello plateado, viste pantalones azules y una camisa de rayas; una hebilla de oro con la inicial “B” refleja una vida próspera. Su saludo es firme, y la piel de sus manos suave.

Durante varias horas y cafés con leche, queda claro que Bermúdez es una encarnación del mundo globalizado que él ha ayudado a crear. Nació en Ciudad Juárez en 1923 en el seno de la aristocracia terrateniente.

Fue educado en un elegante internado en Kentucky y luego en la Universidad Muskingum de Ohio, donde se convirtió en ingeniero civil y se hizo amigo de John Glenn, el primer estadounidense en orbitar la Tierra. Es un devoto del polo, deporte de reyes, e incluso una vez acompañó a la Reina Isabel II de Gran Bretaña a un partido entre México e Inglaterra.

Vive en una gran finca con tres de sus hijos y sus familias, quienes tienen sus respectivas casas y comparten una piscina y una capilla privada.

Juárez, una ciudad de un millón 300 mil habitantes, siempre ha estado vinculada a El Paso, al otro lado del río Bravo. Las rutas comerciales que hoy circulan trenes y semirremolques, atravesando ambas ciudades, fueron transitadas por indígenas precolombinos que transportaban turquesa y plata hasta Nuevo México.

Cuando los españoles llegaron en el siglo XVI, también recorrieron ese camino al norte. Más tarde llegaron los ferrocarriles, las corporaciones, los contrabandistas y los migrantes. “Es la ruta comercial terrestre más eficiente que existió entonces y todavía hoy”, dice Patrick Schaefer, director ejecutivo del Instituto Hunt para la Competitividad Global de la Universidad de Texas en El Paso.

Durante mucho tiempo Juárez fue el hijo desairado de México, con un territorio accidentado, como la Siberia de Rusia o la Alaska de Estados Unidos.

Mientras El Paso se industrializó a principios del siglo XX, Juárez siguió anclado en su simple economía de algodón y cobre. Eso no cambió hasta la Prohibición en la década de 1920, cuando la ciudad se convirtió repentinamente en un destino popular entre los soldados de Fort Bliss en El Paso, y para cualquiera que quisiera venir y beber legalmente. Juárez se transformó en una especie de Las Vegas en pequeñito, con todo lo que eso conlleva.

La familia Bermúdez entró en el negocio del bourbon, formando una sociedad con Mary Dowling, propietaria de Waterfill & Frazier, una de las principales destiladoras de Kentucky.

Dowling no era el tipo de mujer que cerraría el negocio solo porque el gobierno aprobó una ley seca.

De acuerdo con los archivos de la Universidad de Kentucky, metió miles de botellas en costales de yute y los escondió en el sótano de su casona en Lawrenceburg. Luego contrató a amigos para ayudarla a desmontar su destilería pieza por pieza, cargarla en un vagón y enviarla a Ciudad Juárez. Allí se asoció con Antonio Bermúdez, el tío de Jaime, y fundó D.M. Distillery.

La planta producía bourbon para el mercado mexicano, aunque probablemente también era contrabandeado a Estados Unidos. Antonio acumuló una fortuna con ese negocio y en 1942 se convirtió en alcalde de Juárez.

Con el inicio de la Segunda Guerra Mundial, el gobierno de Estados Unidos promovió el Programa Bracero, para permitir que los trabajadores mexicanos cubrieran vacantes en el sector agrícola y ferroviario estadounidense. Juárez se convirtió en una zona de paso para los trabajadores. El programa duró dos décadas y alistó a cinco millones de mexicanos.

Juárez, sin infraestructura ni empleos, se estancó paulatinamente. Mientras los juarenses cruzaban la frontera para comprar los bienes y servicios de la vida moderna, los estadounidenses cruzaban al lado mexicano para hacer cosas que no podían o no debían hacer en casa.

A principios de los años sesenta, el gobierno mexicano fichó a Antonio para encabezar un programa de desarrollo en la frontera, conocido como Pronaf, y que produjo una inversión masiva en Juárez.

Los desarrolladores usaron fondos gubernamentales para construir centros comerciales y un centro de convenciones, y dotaron a la ciudad de atracciones turísticas como un museo de arte y hoteles de lujo.

Jaime, por medio de su tío, se encontraba en el meollo de todo.

En Estados Unidos, el Programa Bracero era ya objeto de polémica. El número de trabajadores mexicanos superaba las cuotas, lo que significaba que más personas cruzaban para trabajar sin documentación. Los sindicatos argumentaron que el programa hundía los salarios de los trabajadores estadounidenses.

En 1964, cuando se difundió la noticia de que el gobierno de Lyndon Johnson se disponía a cancelar el proyecto, el gobierno mexicano entró en pánico; si más de cien mil trabajadores eran expulsados ​​de Estados Unidos y se establecían a lo largo de la frontera, sería una pesadilla.

Jaime, con un grupo de otros empresarios de Juárez, sugirió a su tío que Pronaf contratara la asesoría de Arthur D. Little Inc. en Boston para realizar un estudio de la frontera. La firma había hecho un estudio similar para Puerto Rico, que dio lugar a un plan de industrialización llamado Operación Bootstrap o Manos a la Obra.

Su pieza central era una estructura fiscal diseñada para atraer a fabricantes de Estados Unidos, sobre todo compañías textiles. En octubre de 1964, la consultora emitió un informe recomendando algo parecido para la frontera en México.

Al año siguiente, el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz aceptó la idea de los consultores y creó el Programa de Industrialización Fronteriza. El acuerdo permitía a los fabricantes estadounidenses establecerse al sur de la frontera e importar sus equipos y materias primas a México libres de aranceles, siempre y cuando los artículos manufacturados allí fueran finalmente exportados de vuelta a Estados Unidos.

Esto se articulaba con la recientemente establecida partida arancelaria 807, donde los estadounidenses permitían la importación libre de aranceles de bienes americanos ensamblados en el extranjero, con un impuesto aplicado únicamente al “valor agregado”. Dicha disposición dio a las empresas un incentivo para ensamblar sus productos donde el costo de la mano de obra era menor.

Laboratorio instalado en una propiedad de los Bermúdez (Foto: Bloomberg)
maquila

Jaime tenía ahora una nueva misión: atraer a las compañías a Juárez. Viajó extensamente por Estados Unidos, promocionando su ciudad a todos los que quisieran escucharlo.

La mancuerna de la partida arancelaria 807 de Estados Unidos y el plan de industrialización de la frontera de México crearon un flujo acelerado de comercio. En 1965, las importaciones procedentes de México bajo la partida 807 alcanzaron 3 millones 100 mil dólares.

Cuatro años más tarde se multiplicaron a casi 150 millones de dólares, según cifras de 1970 de la Comisión de Aranceles de Estados Unidos. Hoy, la mayor parte del comercio entre los dos países se realiza bajo un conjunto diferente de reglas regidas por el TLCAN. En 2016, las importaciones estadounidenses de bienes provenientes de México totalizaron casi 300 mil millones de dólares.

Bermúdez consiguió su primer cliente en 1967: Acapulco Fashions, una pequeña empresa que fabricaba ropa interior femenina.

Luego un blanco mucho más grande entró en su radar: RCA Corp., en ese momento el mayor fabricante mundial de televisiones a color. Un gerente de construcción de la empresa estuvo de visita en Juárez y rápidamente se convirtió en el invitado de honor de Bermúdez.

Los sindicatos estadounidenses ya se habían rebelado contra la partida 807. El AFL-CIO había propuesto boicotear los bienes importados de México y presionaba al Congreso para cerrar las lagunas en las leyes comerciales, a fin de desalentar a las compañías de mudarse al sur de la frontera.

El acuerdo con RCA no fue fácil, la compañía quería concesiones que reflejaban su preocupación sobre operar en México y exigió que el proyecto se mantuviera confidencial. Pero el 26 de noviembre de 1968, Bermúdez se apostó en su campo de algodón, ante cámaras de la prensa y funcionarios de la ciudad, y colocó un ladrillo grabado con su nombre en unos cimientos que se convertirían en una planta de más 10 mil metros cuadrados para ensamblar piezas de televisores. Fue la primera maquiladora a gran escala que se asentó en Juárez.

La ciudad no tiene una zona dedicada a la manufactura. Toda es como una fábrica, por sus calles circulan camiones destinados a la frontera estadounidense o hacia ramales ferroviarios que conectan con puertos marítimos. Las aceras están llenas de letreros que anuncian vacantes.

Una carretera que comienza y termina en la frontera de Estados Unidos y México circunda la ciudad. Al sur se extienden extensos campos de algodón y desierto y, al oeste, las estribaciones de la Sierra Madre. A un costado de una de esas montañas, enormes letras blancas rezan “La Biblia es La Verdad. Léela”.

Los puestos que venden símbolos del México tradicional (sombreros, hamacas y cerámicas) conviven junto a otros de la globalización: Starbucks, McDonald’s, Holiday Inn.

Los consultorios dentales que ofrecen endodoncias y carillas asequibles a una clientela mayoritariamente estadounidense han proliferado. Camionetas con policías patrullan regularmente las calles. Los cárteles de la droga están de nuevo en guerra.

Alejandra Bermúdez practicando polo. (Foto: Bloomberg)
Alejandra Bermúdez

La propiedad de los parques industriales de Juárez es ahora internacional; fondos de inversión inmobiliarios han estado comprándolos.

Los parques habitualmente proporcionan los caminos, el agua, el drenaje y otra infraestructura. Bermúdez hace eso y más: diseña las fábricas (Jorge Bermúdez encabeza el estudio de arquitectura) y las construye (elabora los bloques de cemento en su
propia planta), luego las alquila o las vende a los manufactureros.

Complementa sus parques industriales con centros comerciales cercanos con restaurantes, bancos, peluquerías y farmacias. Si los parques industriales son ciudades dentro de la ciudad, las fábricas son a menudo pequeños pueblos.

En la planta de BRP, que hasta 2006 era la de RCA, los mil 200 trabajadores pueden dejar su ropa en un quiosco cuando llegan al trabajo y la recogen lavada y doblada cuando se van. Tienen acceso a médicos y guarderías en el sitio y su desayuno gratuito se sirve en una cafetería con vistas a un campo de futbol.

En los últimos años, las fábricas han ofrecido bonos de contratación debido a lo que la industria describe como escasez de mano de obra calificada.

La llegada de las empresas multinacionales y el dinero que traen consigo han dado lugar a nuevos negocios, abogados, contadores, consultores.

El número de instituciones educativas se ha disparado, pues muchas empresas pagan por la formación y las certificaciones. El número de estudiantes de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez ha aumentado a casi 30 mil desde 440 en 1974, según cifras del Proyecto de Modelación de la Región Fronteriza de la Universidad de Texas en El Paso.

Pero el modelo maquilador sigue cimentado, como hace 50 años, en salarios bajos. Es el secreto nada secreto. Los empleados de menor nivel ganan en promedio 130 pesos al día y aunque la compañía te alimente, lave tu ropa y facilite un autobús para llevarte al trabajo, a ese nivel salarial, eres pobre.

En dólares ajustados a la inflación, el salario es más bajo en muchos casos que en los años setenta, dice Óscar Martínez, catedrático de historia de la Universidad de Arizona y autor del próximo libro Ciudad Juárez: Saga of a Legendary Border City. “Eso tiene que ver con la política del gobierno mexicano de mantener bajos los salarios para que el país sea competitivo”, explica.

La expansión de la industria maquiladora transformó a Juárez en una de las ciudades de más rápido crecimiento en el mundo. La presión del desarrollo industrial tiene el efecto continuo de empujar a los juarenses a las afueras de la ciudad, a los cerros, donde se instalan en colonias necesitadas y peligrosas.

Allí se les unen los migrantes, muchos de ellos mujeres, que llegan a Juárez desde el interior del país para trabajar en las maquilas. Cientos de estas mujeres han sido víctimas de horribles asesinatos; las calles de Juárez están salpicadas de cruces rosas colocadas en su memoria.

Martínez dice que la ciudad está pasando por uno de los períodos más inciertos de su historia. Y eso tiene que ver, en gran parte, con un hombre al otro lado del río Bravo.

Las maquiladoras no han sido un tema directo de las recientes negociaciones del TLCAN, pero la industria está en la mira de la administración Trump, cuya delegación comercial sostiene que los bajos salarios y las precarias condiciones laborales de México crean una competencia desleal para los negocios estadounidenses.

Incluso el más leve ajuste al alza en los salarios de las maquiladoras o un cambio en las leyes laborales podría amenazar las ventajas de la industria. Pero Juárez tiene fortalezas que no tenía hace pocos años.

Las compañías en todo el mundo siempre están en busca de costos de producción más bajos y ahora es más barato contratar a un trabajador en México que en China.

En 2000, los trabajadores chinos ganaban la mitad de lo que percibían los trabajadores mexicanos, ajustado a la productividad. Para 2014, los costos laborales ajustados de México eran 9 por ciento más bajos que los de China, según un análisis de Boston Consulting Group. Durante décadas casi todas las maquiladoras en Juárez eran propiedad de una empresa estadounidense.

Hoy la cifra es 63 por ciento. Las empresas japonesas poseen 8 por ciento, las alemanas 7 por ciento. Otros propietarios son de China, Francia, Corea del Sur, Malasia, Suecia y Taiwán, afirma María Teresa Delgado, presidenta de Index Juárez, asociación que representa a la industria maquiladora. “La experiencia Trump realmente nos abrió los ojos”, dice.

“Al principio estábamos muy nerviosos porque pensábamos que el mundo se acabaría. Pero todo lado negativo tiene su contraparte positiva y eso es lo que descubrimos... Somos más globales que hace unos años”.

Alejandra Bermúdez (Foto: Bloomberg)
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Jorge Bermúdez llama a su hija de 27 años, Alejandra, cuando pasa junto a su caballo castaño. Como un entrenador impaciente, corre de un lado a otro del campo de polo gritándole mientras ella mueve el mazo. Aquí la familia hacía whisky. No hace muchos años había otros tres campos de polo. Ahora solo hay uno.

Donde estaban los tres campos ahora hay fábricas, incluyendo una nueva propiedad de Nexteer Automotive, un fabricante de piezas automotrices con sede en Michigan, que antes era de General Motors y hace poco fue comprado por una entidad china.

Es uno de los primeros clientes de ese país de la empresa familiar y suministra piezas a las mayores compañías del mundo, como Ford, Chrysler, Fiat y BMW.

La fábrica producirá ejes de dirección para un solo cliente, se espera que la producción comience este año. La familia Bermúdez está en negociaciones con una importante multinacional para construir una fábrica en el cuarto campo de polo.

“Cada año mi padre me advierte que este podría ser el último año que jugamos aquí”, dice Alejandra.

“Pero creo que este año sí podría ser verdad”.